domingo, 6 de abril de 2008

jueves, 27 de marzo de 2008

Interview with Christine Walewska


"During that season, I had a two-week break. So I went to Spain to meet the greatest manager for soloists who ever lived, Ernesto De Quesada, who worked with the famous soloist, Rubenstein, Heifetz and Segovia. He said to me, 'Take out your cello and play.' And within a week I was performing in Spain. I did not know that anyone could arrange a concert in one week but he did it. The reviews of that concert resulted in my playing in every corner of Spain."

GRETEL


Sat, 15 Mar 2008 10:01:43 -0600

Ayer hubo que "dormir" a la Gretel. Tenía un tumor voluminoso maligno en el vientre y ya se le había propagado a la pata trasera y----
Vuestra madre desconsolada, pero comprendió la necesidad para que no sufriera. El Lukas está mustio.

El Peñon de Ifach

Ernesto De Quesada Lopez Chaves en el Web

Aqui os mando algunos enlaces en el internet interesantes sobre el abuelo, que me imajino no
conocereis...

Biografia en WiKi
http://en.wikipedia.org/wiki/Ernesto_de_Quesada

Epoch Times | Goddess of the Cello So I went to Spain to meet the greatest manager for
soloists who ever lived, Ernesto De Quesada, who worked with the famous soloist, Rubenstein, ..

http://en.epochtimes.com/news/7-9-7/59462.html

Impresario
1946); Philip Henslowe (1550 - 1616); Sol Hurok (1888 - 1974); Ernesto de Quesada (1886 - 1972); Aaron Richmond (1895 - 1965) ...

http://wapedia.mobi/en/Impresario

THE “OTHER” BALLET RUSSES. LET’S NOT FORGET - Danza Ballet
The season in Havana (sponsored by Sociedad Musical Daniel, and the impressario Ernesto de Quesada) opened on March 20th, 1941, and included marvelous ...

http://www.danzaballet.com/modules.php?name=News&file=article&sid=1432

Jose Iturbi
He made his first appearance as a conductor in Mexico City in 1933 when presented by don Ernesto de Quesada from Conciertos Daniel. ...

www.brainyencyclopedia.com/
encyclopedia/j/jo/jose_iturbi.html


Impresario Wikipedia RSS Feed powered by BlinkBits Ernesto de Quesada (1886-196?) * Sol Hurok (1888-1974) * Aaron Richmond (1895-1965) * Raymond Gubbay (b. 1946). References. See also. * Entrepreneur ...

www.blinkbits.com/en_wikifeeds/Impresario

El Caballero de El Dorado

-----Mensaje original-----
De: Info Ariadna
Enviado el: lunes 29 de noviembre de 1999
Para: Info Bib
Asunto: El Caballero de El Dorado
Busco una copia en castellano de el libro titulado "El Caballero de El Dorado" de el autor con el nombre de German Arciniegas.
Ustedes tienen una copia pero no en castellano. Podrian darme alguna recomendacion para adquirir una copia?. Me imagino que este libro no esta en publicacion en el presente.
puede contestarme a ernestodequesada@yahoo.com

De: Info Bib
Enviado el: miércoles 16 de febrero de 2000 19:57
Para: S. Inf. Bibliografica
Asunto: RV: El Caballero de El Dorado

Estimado Señor:
Consultado el NUC (The National Union Catalog) del Congreso de EE.UU., aparece la traducción al epañol de la obra que le interesa, editada por Losada en Buenos Aires en 1942 y reeditada en 1950.
Le enviamos la descripción y ubicación de otra traducción existente en la Biblioteca de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid.
Y además, esperando que sea de su interés, le enviamos la descripción y ubicación en la Biblioteca Nacional de otro libro que trata este mismo tema de Manuel Lucena.

Atentamente

Servicio de Información Bibliográfica
BIBLIOTECA NACIONAL

Arciniegas, Germán, 1900-1999
El caballero de El Dorado / Germán Arciniegas.
Madrid : Revista de Occidente, 1969. - 244 p. ; 22 cm. - (Cimas
de América). - x-49-030824-3

Jiménez de Quesada, Gonzalo, 1509-1579
Colombia - Historia - Hasta 1810
BIBLIOTECA UBICACION / TIPO Ejs. en fondo Total
Prest.
1 BCA. GEOGRAFÍA E HISTORIA Depósitos 2
Autor/es: Lucena Salmoral, Manuel

Título: Ximénez de Quesada : el caballero de El Dorado /
Manuel Lucena Salmoral
Publicación: Madrid : Anaya, D.L. 1989
126 p. : il. col. ; 20 cm
Colección: (Biblioteca iberoamericana ; 54)
Notas: Bibliografía: p. 125
Tema o materia: Jiménez de Quesada, Gonzalo
ColombiaHistoriaDescubrimiento y conquista, 1499-1550
Signaturas: HA/78148

miércoles, 26 de marzo de 2008

Carta de Arthur Rubinstein a Ernesto De Quesada 1951

Esta carta fue mandada por Arthur Rubinstein a Ernesto De Quesada el 26 de Mayo de 1951.

Carta sobre una gira en Sud America


domingo, 23 de marzo de 2008

Ernesto de Quesada Lopez Chaves

Ernesto de Quesada López Chaves

(la foto contiene un link a la biografia en Wikepedia)

Fotos de Ascencion De Quesada



Esta foto esta dedicada a la madre de la abuela Ascencion. Como se llamaba su madre?

El Piano Pleyel


Yo tambien me acuerdo de este piano. Recuerdo que estaba en la parte baja de la casa, y que junto habian 20 o treinta colchones que el abuelo habia comprado en mayoreo para el hotel. Cosa curiosa, porque el hotel era no mas que un esqueleto de cemento.
Esto seria en los 60s?

Algunas preguntas:
Alguien sabe como llego el piano a Calpe?
Habia alguien que lo tocara?
Lo toco algun pianista?

Que nombre tenia este perro?



Se te ve con un perro blanco que se parece a la Sally. Te acuerdas como se llamaba el perro? De quien era? y como lo subiste hasta la cima del Peñon?

Memorias de Ernesto De Quesada y Delgado

En el Madrid de los años veintes y treintas -
I



El colegio donde estudié hasta el curso 1935-36 –inclusive-, se llamaba Colegio Santa María, de los Hermanos Maristas. Había un gran cuadro del fundador de la orden, Marcellin Champagnat (F.M.S.[Fratris, Maristae, Scholarum] ) La orden fue fundada en Francia en 1817, y se dedicaba exclusivamente a la enseñanza. Marcellin fue canonizado en 1999. Vestían de sotana con un “babero” rígido, pequeño con un corte de unos tres centímetros en su parte media inferior. Al advenimiento de la República, el colegio cambió de nombre al de la calle donde se ubicaba “Los Madrazo” y los hermanos tuvieron que vestirse de paisanos



Había en el colegio muchos alumnos pues la enseñanza comprendía desde “párvulos” -parece que esta acepción es obsoleta ya- al sexto del bachillerato



Antes de comenzar el 1er. año de bachillerato, que normalmente se ingresaba a los 11 años cumplidos, y después de la clase de párvulos, se continuaban los estudios tres años más. Como éramos bastantes alumnos los grupos se dividían en clases pares e impares; así unos alumnos estudiaban en la clases de primero.-tercero-y quinto y otros en las de segundo-cuarto-sexto. Eran exactamente iguales, en cuanto a estudios. A mí me tocaron las clases impares. Entré al colegio a los 7 años, para el curso 1929-30, y a primero de bachillerato, a los 11 años, 1932-33 El año escolar se desarrollaba desde el 1 de octubre al 15 de junio. A partir de esa fecha comenzaban los exámenes. Pertenecía el colegio al Instituto de San Isidro de libre enseñanza donde teníamos que examinarnos, desde primero de bachillerato, con profesores que nunca antes habíamos visto o conocido. Era un sistema, en mi opinión, muy injusto, porque dependíamos de un catedrático que no conocía, o no le interesaba el desempeño que hubiéramos tenido durante el curso.

Las clases se daban de lunes a sábados, inclusive. Solamente teníamos libres los jueves por las tardes, y los domingos. Entrábamos a clases a las 9 de la mañana hasta la 1 de la tarde, y después de comer de tres a siete. En la clase teníamos una hora de estudio y una hora de clase de la asignatura que habíamos estudiado previamente. Así, eran 4 horas de estudios y 4 horas de clases, y en bachillerato nos encomendaban tareas para estudiar en la casa. Teníamos recreos de media hora por las mañanas y tardes. En el recreo de las tardes un Hermano marista nos vendía una tableta de chocolate Nestlé y un panecillo, de los que se conocían como pan de Viena
Con este método –estricto- los padres de familia no tenían que ayudar a sus hijos en las tareas, como ahora sucede.

Del primer al tercer año de bachillerato, los profesores dividían a los alumnos de la clase, en dos grupos, que se llamaban campo romano y campo cartaginés, para crear un incentivo entre ellos. Cada semana teníamos exámenes y se confrontaban los dos campos y el que obtenía mejor puntuación ganaba. A mí me gustaba el campo cartaginés.

Estudiaba aritmética, geometría, gramática, historia, geografía, física, botánica, francés, latín, y desde luego religión.
En la clase de párvulos nos cubríamos con un guardapolvos.

Todos los años, a finales de mayo, nos transportaban en autobús a un día de campo, a sitios cercanos. Unos años fuimos a Cercedilla, y los dos últimos a Manzanares del Real, en un valle por donde corría un riachuelo (el Manzanares) y al fondo el castillo, que data del siglo XV, por entonces deshabitado. El último año, con unos compañeros, subimos a una de las montañas (más bien monte) y se nos hizo tarde. Con silbatos nos llamaban los Hermanos pues ya todos los alumnos estaban en los autobuses, Henry me esperaba también ansioso Llegué bastante cansado del pie.

Recuerdo a pocos compañeros. Por aquellos tiempos nos dirigíamos unos a otros por los apellidos, nunca por los nombres propios, al igual que los profesores. Así recuerdo a Asensio, a Méndez, y a González. A éste si recuerdo su nombre, pues eran tres hermanos, Domingo, en la clase de Henry, José (Pepe) en la mía, y Luis Miguel que comenzaba en párvulos. Eran hijos de un apoderado de toreros, torero él en su juventud, apodado “Dominguín”. Ya mayores los hijos cambiaron su apellido por el de Dominguín se hicieron toreros y Luis Miguel fue el que más fama tuvo. José me envió una postal-foto, toreando en Caracas. Murió joven, parece que se suicidó. A mí nunca me gustaron las corridas de toros. Méndez resultó que era guatemalteco y así pudo salir de España en el ’36. Vino a verme a México en una ocasión, en 1944.

He dicho que yo entré al colegio tarde, en edad, -7 años-, en cambio mis hermanos mayores Alfonso y Henry los enviaron desde muy chicos, 3 o 4 años, a un colegio para niños. Iban al Colegio Maravillas, por las mañanas y a menudo regresaban ‘embolsados’.

Así llegó el curso 1935-1936. Alfonso había terminado el bachillerato en junio de 1935, y preparaba estudios superiores en la Academia Mysol, para entrar a la carrera de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos. Carrera muy difícil

Henry cursaba el cuarto año y yo el tercero. Henry debía haber terminado el bachillerato precisamente en el ’36, pero perdió 2 años, uno por enfermedad, y otro por consejo de nuestro padre que le hizo repetir un año para así adaptarse (resignarse, diría yo) al nuevo bachillerato de 7 años, implantado por la República..

Desde principios de junio del 36, nos preparábamos para los exámenes finales pero teníamos mucha aprensión pues, se había extendido el rumor que los catedráticos del Instituto harían escabechina con los alumnos que procedían de colegios católicos.

Aunque en esos meses los ánimos de la gente estaban enardecidos, me rehusaba a creer que todo un catedrático consintiera o admitiera semejante arbitrariedad.

Sin embargo, a Henry y a mí nos suspendieron. Él en física, yo en matemáticas. Era yo el treceavo en la clase de matemáticas de un total de 32 alumnos. Yo encabecé y el catedrático suspendió al resto de la clase, solamente se ‘ salvaron ‘ doce.

Convenido, no contesté bien. El catedrático me envió a la pizarra para que resolviera, en 5 minutos, un problema, sin otra oportunidad. Pero que no se tenga en cuenta lo estudiado y aprendido durante todo el año escolar, y en cinco minutos resuelvan suspender o aprobar, es un sistema equivocado y parcial.

Recuerdo que me afectó mucho recibir la nota del examen con la raya que denotaba haber sido suspendido. Fui al Paseo del Prado, no me atrevía a ir a casa. Tuvieron que ir a buscarme.


I I

Había nacido el 25 de julio de 1922. Antes, mis hermanos, Alfonso, en 1917; Henry, en 1918; Amalia, en 1920 –fallecida prematuramente en 1925
Nací a la una y media de la madrugada del día de Santiago, Patrón de España, en la calle de Sagunto número 22, segundo piso. Mis hermanos habían nacido en Los Madrazo, pero ese año vino de visita la abuela paterna, Amalia y mis padres alquilaron un piso más amplio en Sagunto, distrito de Chamberí

Somos hijos de Ernesto de Quesada y López–Chávez y de Ascensión Delgado y Casarreales. Así figuran en mi acta de nacimiento original fechada el 5 agosto de 1922. ¿ Cómo llegó a mis manos ese original? No lo sé, pero lo poseo.
David Moreno fue mi padrino; de mi madrina no lo recuerdo y ya nadie me puede dar ese dato.

A los dos años tuve un problema en el pie. Tumor blanco se llamaba, entonces, con supuraciones. El Dr. Bastos, que me atendió, realizó una o varias operaciones, pues tengo 4 cicatrices, y cada dos, tres días me llevaban al consultorio –por diferentes calles, para que no me diera cuenta- . A veces, en Denia, mi padre me hacía las curaciones. Se negó a que yo usara muletas, así que me trasladaba de un lugar a otro a la pata coja. A resulta de ello, el pie y la pierna derecha me quedaron un poco más cortas que la pierna izquierda
Recomendado por unos amigos, mi padre mi llevó a tomar los baños termales de La Toja, en la provincia de Pontevedra Experimenté gran mejoría y en tres o cuatro visitas la supuración terminó y las heridas cicatrizaron.

Hasta los seis años que duró el problema del pie, me entretenía solo, sentado, recortando muñequitos con las astijeras (parece que de niño hablaba muy enredado) y jugaba con soldados de plomo que me compraban casi diariamente. También me llevaban al cine.

en esa época, cine mudo. Casi diariamente, al cine Ideal que exhibían películas de cowboys –conbois, las llamábamos- con Tom Mix y otras con Tom Tyler (tomtiler).

A los siete años, en octubre del 29, entré al colegio. Ya podía caminar, pero tenía que usar botas hechas a la medida, por un zapatero que se llamaba Pedro, según me dijeron. Pero me disgustaban, pues los otros niños calzaban zapatos.

III

Ocupábamos el piso principal de la calle de Los Madrazo no. 14. (en el siglo XIX esta calle se llamaba de la Grada *) En el piso inferior, llamado entresuelo, se ubicaban las oficinas de Daniel y de la Cultural.
Con nosotros, habitaban en el mismo piso la hermana de nuestra madre, la tía Emilia con su marido Claudio, que falleció en 1932, y nuestras primas hermanas.
Angelines, la mayor, que casó con Alfonso Sanz, empleado de la oficina, y que después de la boda los envió nuestro padre a Barcelona, a él como representante de la Cultural en esa ciudad.
Tía Emilia y Pilar, que era como una hermana nuestra, siempre vivieron con nosotros.

Recuerdo tan claramente el piso que lo tengo dibujado en un cuaderno. Se accedía a una pequeña salita de espera, con un espejo y perchero. Por la fachada principal con balcones que daban a la calle, se encontraba a la izquierda el despacho de nuestro padre, con el inolvidable buró de cierre plegadizo, que aún subsiste; inmediatamente después, el dormitorio principal, seguido del cuarto donde dormían Alfonso y Henry. Yo, por lo menos, desde los 11 años pernoctaba solo en otra habitación que daba a un patio interior. Era una habitación amplia con un armario grande en la pared del lado opuesto a la ventana, una cama pequeña y una mesa de trabajo y una silla. Mi habitación comunicaba con el cuarto de baño, también amplio con el lavabo y una bañera incrustada en un closet. Enfrente del cuarto de mis hermanos había una largo pasillo (nos parecía largo, pues jugábamos al futbol) que conectaba con la habitación-dormitorio de la tía Emilia y de Pilar; después, la sala de estar, torciendo a la izquierda la cocina y la despensa. Las ventanas de estos cuartos daban a otro patio amplio por donde se avistaba el edificio de enfrente donde se encontraban los camerinos del teatro de la Zarzuela. Delante de la sala de estar había un WC.
El comedor, también espacioso, daba al patio mismo de mi habitación. En 1935, nuestro padre trajo de México la mesa, sillas y también otros enseres. El comedor comunicaba con otra habitación, concretando la vuelta del piso hacia la entrada, en su tiempo, el dormitorio de nuestros tíos.

IV

Nuestro padre permanecía varios meses en las Américas, a veces acompañado de nuestra madre. Algunos años pasaba con nosotros parte del verano, no frecuentemente pues el verano de España coincidía con el invierno austral de Buenos Aires y de otras ciudades de Sur Amétrica.
* Memorias de Pío Baroja. “Desde la última vuelta del camino” –Familia, Infancia y Juventud-

Cuando en Madrid, los jueves por las tardes, que no teníamos clases, paseábamos, después de la comida, por el Paseo del Prado hacia el Jardín Botánico a la calle donde
se encontraban los puestos de libros viejos, conocido por el Paseo de la Cuesta. Yo me cansaba mucho, pero comprendía que me obligaban a caminar para fortalecer la pierna.

V

Los domingos iba al cine, al principio con Pilar y su novio. Después de los 11 años, me dejaron ir solo. Me daban 2,50 pesetas –a mis hermanos 1 duro-. Me bastaba para ir al cine y comprar ‘comics’ y novelas. Editaban una serie de 4 diferentes novelas, una por semana. Recuerdo dos títulos: ‘ La Sombra’ y ‘El Hombre de Bronce’.

Fui un ávido lector de libros. Muy de niño, el Tebeo; después las novelas que compraban Alfonso y Henry. Leí todas, creo, de Emilio Salgari, y su ‘Sandókan’, y las de Julio Verne. Mi favorita: ‘ Dos Años de Vacaciones’. Después las que yo adquiría, como las novelas del oeste. Leí todas las que se editaron en ese tiempo de Zane Grey, y me gustaba comprobar en un atlas la ubicación de los pueblos-ciudades que se mencionaban de Nevada, Tejas, Arizona, Nuevo Méjico, California. También leí las de Hercule Poirot (Agatha Christie)

En el tiempo que mis padres se encontraban en México, me enviaban todas las semanas los ‘comics’ del periódico El Universal, tales como Mandrake y sobre todo, desde el inicio, la de Flash Gordon –un año antes que saliera en Madrid, y que compartía con mis amigos.

Casi todos los domingos iba al cine Fígaro, era mi cine preferido porque exhibían películas policíacas o de terror. Salía de la casa, a la izquierda ‘subía’ porque era empinada la calle de Los Madrazo, a Cedaceros hasta la Carrera de San Jerónimo para llegar a las 4 calles, así llamada porque convergían en esa plaza cuatro calles; compraba mis novelas y seguía por toda la calle de la Cruz, cruzaba Atocha y en la calle Dr. Cortezo, se ubicaba el cine Fígaro (También se hallaba el cine Ideal)

Iba con frecuencia a otros cines, como el Callao, Palacio de la Música, Palacio de la Prensa y Capitol. En éste vi ‘Motín abordo’, con Charles Laughton, Clark Gable y Franchot Tone. En algún momento dramático la pantalla se alargaba (¿Un adelanto al CinemaScope?)

De algunas de las películas que recuerdo: ‘Frankestein’ con Boris Karloff; ‘Drácula’ y el ‘Caserón de las Sombras’ con Bela Lugosi, ‘El Misterio del Cuarto Amarillo’; ‘El Fantasma de la Ópera’; de la películas españolas: ‘La Verbena de la Paloma’; ‘Morena Clara’, ‘Nobleza Baturra’ y otras con Imperio Argentina Las películas de Charlie Chaplin, conocido como Charlot; En 1936, ‘Tiempos modernos’. Me impresionó, una película muda alemana ‘Una Mujer en la Luna’. Uno de los protagonistas, casi al final, descubre una cueva cuyas paredes son de oro y se vuelve loco, atiborra sus bolsillos de pedruscos y gritando –no se oían los gritos, pero los suponía uno- ORO, ORO, ORO

Las películas de Oliver Hardy y Stan Laurel, el gordo y el flaco, tenían mucho éxito por entonces. La última que vi fue ‘Fra Diávolo?. Exhibían también los cines series de
episodios semanales, para inducirnos a ir cada semana. Y también las películas de Rin tín tín, el perro pastor alemán.

De las películas del cine Fígaro, que vi muchas, una, recuerdo, no el título, sí la trama, de un pianista que después de un accidente le imputan la mano y le implantan la de un criminal recién ajusticiado, que mataba a sus víctimas lanzándoles puñales; así al pianista le aqueja esa motivación y comienza a asesinar a la gente por un impulso que no puede dominar (¡!)

La pastelería ‘La Favorita’ era mi preferida. Siempre que compraban pasteles, tenían que traerme los `´mil hojas``, eran grandes con merengue en medio. Se encontraba esta pastelería en Caballero de Gracia, esquina con Montera, o la Red de San Luis.

Por entonces, no solíamos ir a restaurantes. Los que frecuentábamos, desde luego, ‘La Granja del Henar’ en la calle de Alcalá, famosa por los picatostes. Otro, el ‘Aquarium’, así llamado por las peceras que había en los comedores, ubicado en la esquina, o bifurcación de Alcalá y Gran Vía.
Extraño, pero por entonces durante el invierno no se vendían helados. Había que esperar a mayo cuando venían los italianos con sus famosas heladerías.

No faltábamos a la Verbena de San Juan, que disfrutábamos mucho comiendo churros. Alguna vez, fuimos a ‘La Bombilla’ a comer lechón.


VI

A la oficina, en el entresuelo, bajaba pocas veces. La parte que daba a la calle, se ubicaban los empleados. Julio Caro, el cajero, Valentín Cortés, Julián Uceda, Alfonso Sanz y otros. David Moreno, colaborador y amigo. En 1934 y 35, Manuel Santander, muy conocido de mis padres de México, estuvo como administrador, y nuestra prima Pilar, se encargaba de atender a los socios. El salón, donde se efectuaban las juntas de los socios, era espacioso y decorado elegantemente. Había varios pianos de cola de la marca Pleyel. Al fondo se encontraba la imprenta. Hacia los años 29, o 30, mi padre mandó poner calefacción. La caldera estaba en un cuarto cerca de la imprenta y radiadores por toda la oficina y en todas las habitaciones del piso donde vivíamos. ¡Cómo resistíamos el frío antes? Supongo que con muchas mantas en las camas; en el comedor y en el cuarto de estar, debajo de las mesas, había braseros. Aunque no nevaba en Madrid todos los años, cuando soplaba el viento del Guadarrama, descendía mucho la temperatura,



VII



De niño, me llevaban a la zarzuela a un teatro que estaba por la plaza de Chamberí. Asistí a varias funciones, ‘Luisa Fernanda’, ‘Dña. Francisquita’, o ‘El Manojo de Rosas’.
También iba al Circo Price. En este recinto en el año 35, o 36 presentaron esos bailes maratónicos, días y noches, que se podía entrar a cualquier hora y permanecer el tiempo que uno quisiera. Era algo desagradable ver a las parejas agobiadas por el esfuerzo requerido.

Los jueves por la tarde me dirigía al Paseo del Prado - tan cerca de la casa- a jugar, de muy niño, al arok a saltar uno por encima del otro y a comprar barquillos; asimismo, al Parque del Retiro. En el estanque nos embarcábamos en una lancha; otras veces alquilábamos bicicletas, yo triciclos, muy de niño, pues cuando traté de andar en bicicleta, siempre me caía sobre el lado derecho.

Una peculiaridad de los semáforos de Madrid, de ese tiempo, (por cierto cuando se lo mencioné a Alfonso no lo recordaba) era el sonido estridente que producía cada vez que cambiaba del rojo al verde. En 1953 continuaba ese sonsonete, por lo menos en la Plaza del Callao.


VIII


Leía, desde pequeño, los periódicos; tenía una propensión a enterarme de todo por medio de las noticias, tendencia que no he perdido. El ABC lo recibíamos en casa y en la oficina compraban todos. Los lunes no se editaban los periódicos, únicamente la Hoja del Lunes de 4 páginas.

Me interesaba por los pormenores de la ‘Guerra del Chaco’. Era partidario de Paraguay, acaso por ser el país pequeño del conflicto; el vuelo de Madrid a Méjico (así se escribía, entonces) piloteado por los capitanes Barberán y Collar, perdidos en la selva mejicana, durante el trayecto de La Habana a México; del asesinato del canciller de Austria, Dollfuss; de Hitler y los nazis, poco supe, o no me interesó mayormente, sí de la ocupación por las tropas alemanas de la Renania, ante la impotencia del la Sociedad de Naciones, e igualmente de la invasión, por parte de Italia, de Abisinia y del éxodo del Negus. Me enteraba de los acontecimientos en España, de esos años: los personajes, Azaña, Lerroux, Gil Robles, Primo de Rivera; la rebelión de Asturias, la quema de iglesias y un largo etcétera.

IX



En septiembre de 1935, nació Ricardo. Mamá había llegado de México en junio directamente a Calpe; muy graciosa, se tapaba el embarazo con un gran muñeco –un jinete montado sobre un caballo- de mimbre que fabrican en México. A principios de septiembre fue a Madrid acompañado de tía Emilia y Alfonso, para dar a luz el 21. Henry, Pilar y yo permanecimos en Calpe hasta fin de mes, pues el 1 de octubre entrábamos a clases.

Ricardo Toledo y su mujer, de México fueron sus padrinos, pero como no se iban a desplazar a España enviaron poderes. Así, Pilar resultó la madrina, y Manuel Santander el padrino.

Se crió muy bien, muy saludable y bonito de bebé y guapo de chico. Naturalmente fue muy mimado por todos, Había gran diferencia de edades, Alfonso le llevaba 18 años y yo 13
Nuestro padre no estaba en Espasña cuando nació. Antes, tuvo que regresar a Buenos Aires. Pero dejó dicho que le pusieran los nombres de Ricardo, Silvestre, Enoc, éste por un abuelo suyo. Debía existir alguna ley, o ¿la hay ya?, que a la mayoría de edad las personas pudiesen optar por los nombres preferidos. De todas formas, a Ricardo le llamábamos Caíto, y a veces Cao, hasta más grande.

X

De niños, papá nos llevaba a conciertos los domingos por la mañana de la orquesta, en el cine Monumental. La única ‘música’ que recuerdo era la Fundición de Acero, de Mosolov, que me hizo gran impresión, tal vez por el ruido con una estera de metal (¡). Mi afición por la música vendría más tarde.
También asistí a una función de ballet (¿Montecarlo?) y aun concierto de Yehudi Menuhin. Mi memoria me falla ahí, pues creí que Yehudi se presentó en el escenario con pantalón corto, ¡imposible! Ya tendría sus 18 años.

Una tarde, después de la clase, papá me llevó a una estación de radio emisora (¿EAJ 7?). Allí estaba Andrés Segovia que tomaría parte de un programa de la BBC, que difundían a Londres con artistas de varios países. Por España, Segovia fue el elegido. Esa noche por primera vez, oí hablar en inglés al locutor de la transmisión de la radio.

XI

Por las mañanas, antes de salir al colegio, desayunábamos un tazón de leche con café y bollos. Yo prefería las ensaimadas. A la hora de la comida, lo usual era comenzar con un plato de puré de judias blancas, o lentejas, después pescado, carne y postre. Cuando nos daban croquetas de pollo o pescado tenían que freir, mínimo, un ciento, porque las devorábamos. También se cenaba, pero no recuerdo qué.

En casa no había frigorífico. Todos los días hacían la compra, así todo se conservaba fresco. El pescado llegaba a los mercados de madrugada, de las costas del Cantábrico, Galicia, Levante y Andalucía. Se comía, casi siempre, merluza hervida entera, acompañada de mayonesa hecha en casa. Yo no tomaba mayonesa. Era muy particular para mis gustos. ¿Qué no me gustaba? La lista es larga: el huevo frito sin sal –Alfonso le rociaba azúcar-, ningún embutido, ni vinagre, ni mantequilla, queso, (¡horror!) menos. El dilema , para mí no, es que he resistido así por todos estos años.

Para la comida del mediodía también nos servían cocido, milanesas, o bacalao a la vizcaína, -no de mi gusto-, tortilla de patatas, arroz con pollo, o conejo. Los postres, mi parte de la comida favorita, eran variados: membrillo, natillas, arroz con leche, torrijas, o leche frita. No bebíamos vino, tal vez siguiendo el ejemplo de nuestro padre. Pero sí gaseosas, en cambio la Coca Cola no recuerdo haberla bebido.

XII

Las fiestas de Navidades eran aguardadas con ilusión, sobre todo, porque no había que ir al colegio. La cena de Nochebuena era importante, más que el día de Navidad.
Santa Claus, o Papa Noel fueron prácticamente desconocidos. ‘Ellos ‘existían’ para Francia y los países nórdicos. En España, el día más esperado por los niños ocurría el 6 de enero, cuando llegaban los Reyes Magos a repartir los juguetes.
Nos instalaban un nacimiento y todos los días aproximaba al pesebre a Melchor, Gaspar y Baltasar. Mi lista de regalos siempre era mayor de lo que recibía. Previamente, me llevaban a ese gran almacén de la calle de Alcalá: SEPU. En el último piso se encontraba la juguetería. En una ocasión, mis hermanos, para hacerme una broma
¡ Vaya broma!, escondieron los regalos y en su lugar pusieron una carbón –una bola de azúcar pintada de negro-, signo de no recibir nada por haberse portado mal durante el año. Creo que a los 10 años, Alfonso se encargó de decirme que no existían los Reyes Magos. ¡ Qué desilusión! Y al mismo tiempo sentir lo ingenuo que había sido.

XIII –

En la msima acera de la calle se encontraba una peluquería y una panadería (tahona). Compraban pan de Viena, así llamado porque lo cubría una capa de huevo; o tabletas, redondas, con muy poca miga y bollería.

El agua era muy rica de sabor. A la casa surtían el agua de Lozoya, que se podía beber del grifo. Por otras partes de Madrid, surtían el agua gorda, así llamada porque al tragarla se notaba el espesor. Yo, alguna vez, la bebí de una de esas fuentes que se encontraban por las calles de Madrid.

Madrid, era de poca extensión. Se podía ir a pie a casi todas partes, o se tomaba el metro, si lejos. Madrid y Barcelona cada una tenían novecientos mil y pico de habitantes. Había una cierta rivalidad, concerniente cuál de las dos llegaría antes al millón. Creo Barcelona lo alcanzó primero

RECUERDOS II


Los Madrazo, el artículo en plural, el nombre en singular. El nombre de la calle en recuerdo de dos hermanos pintores: Raimundo y José, que se dedicaban mas bien a retratistas.

En la calle, entre Cedaceros y Jovellanos, o tal vez hasta El Prado, por las noches un sereno abría las puertas de las casas a los trasnochadores.

Todas las mañanas de madrugada, regaban las calles de Madrid con mangueras de alta presión.

El Lysol, (las excelencias del), nuestro padre lo usaba para desinfectar cualquier herida.

En la casa había un fonógrafo de manivela. Radio, increíble pero no teníamos hasta que Manuel Santander nos consiguió una en el 36. Oíamos Radio Madrid, EAJ 7.

Durante los inviernos teníamos que tomar todos los días una cucharada de Emulsión Scott. ¡Qué sabor tan desagradable! Ahora la venden en las farmacias endulzadas. Menos mal.

Para purgarnos se usaba el llamado Té Reina, con un sabor amargo. Desde entonces, nunca he podido beber ningún té y las infusiones también las rechazo.

En el 35, como premio a Alfonso, que había terminado el bachillerato, y a espaldas de nuestro padre, le regalaron un perrito de raza Spitz que se le puso de nombre Lulú. Se le llevó a Calpe y allá se quedó al cuidado de Andrés.

El mejor regalo que me trajeron los Reyes Magos fue un pequeño teatro, mas bien el escenario con varios telones con diferentes escenas y luces de colores a los lados. Se podían efectuar muchos cambios; y no olvido un mecano.

De soldados de plomo tuve una colección extensa; los tenía de todos los tipos, armas al hombro para desfilar, en plan de batalla, de pie o arrodillados, cañones, caballos. De todo.

Mis hermanos cuando querían fastidiarme me llamaban beboncio.

Me lo contaron. En una ida a Medina del Campo (provincia de Valladolid) parece que me perdí en un bosque. Me encontraron, si no, no lo estaría relatando..
RECUERDOS III


Durante la Semana Santa las únicas películas que se exhibían en los cines eran: Rey de Reyes, Ben Hur, o El Signo de la Cruz, año tras año. En el 35 y 36, con la República, hubo mayor flexibilidad.

Ya en 1935, no había censura y se permitían los desnudos de las películas francesas. Recuerdo ‘La dama del lago’, con Simone Simon (ella no hacía el desnudo) que tenía la cara de gatita. Pilar me ordenó me tapara los ojos con la mano, así lo hice pero entreabrí los dedos. ¿Cómo iba a perderme la escenita!

Noticia para los periódicos lo fue cuando el ‘hombre araña’ (¿o mosca?) trepó –no diría escaló- por la Telefónica, que era el edificio más alto del Madrid de entonces. Una muchedumbre en la calle siguió sus peripecias.

Por esa época comenzaron a enrolarse chicos a los Boys Scouts. ¿Porqué se les tenía prejuicio? Se les provocaba con una cancioncita “Exploradores niños . . ., que vais con el palo y la cantimplora haciendo el oso..”·

Mi madre nos contaba el cuento ese de “Melindres y Pelánganis se fueron a nadar…”

No puedo olvidar la suspensión de matemáticas en 1936. Ahora me imagino a ese “sabio”, ese catedrático sentado –encumbrado- en una mesa larga, en una tarima más alta que el “rebaño” de alumnos a examinarse. Debía tener barba entrecana espesa, con carácter agrio y con mirada inquisitorial de odio y de tan mala intención que le debe haber producido cierto gozo sádico suspender a veintitantos alumnos. Todavía hoy al recordar este incidente siento rabia.

Me llevaron a un consultorio a vacunar. Sobre una mesa grande se hallaba una yegua, atada desde luego, muy tranquila y dócil Años mas tarde cuando lo comenté a la familia me dijeron que eso era imposible. Sin embargo, tengo ese recuerdo fijo e inamovible en mi memoria.

Para peinarnos usábamos un ’ mejunje ‘, de color rojizo etiquetado como Gomina Argentina. Casi era un pegamento. Nunca más lo volví a ver o a usar.

La calle de Los Madrazo, paralela a Alcalá, es estrecha y de poca longitud. Solamente tiene tres bocacalles. Es perpendicular a Cedaceros; por el lado par la corta la calle de Jovellanos –donde se ubica el Teatro de la Zarzuela- y enfrente daba precisamente a nuestro colegio. Siguiendo por la acera par, otra calle corta (Los Madrazo a Alcalá) es la calle del Marqués Casa Riera. Le sigue la calle Marqués de Cubas –antigua calle del Turco, donde asesinaron al Gral. Prim- para desembocar al el Paseo del Prado.
Hacíamos el viaje en primera clase. Los vagones estaban divididos en compartimentos con puertas corredizas que daban a un pasillo estrecho de comunicación. Ocupábamos uno, con asientos mullidos, frente a frente, cubiertos en la parte superior con una tela blanca e impresas las letras M Z A, , siglas de Madrid-Zaragoza.-Alicante. Las dos ventanillas al exterior de podían bajar a voluntad; cuando asomábamos la cabeza, siempre se nos metían carboncillos del humo de la locomotora, que se tenían que sacar con la punta de un pañuelo.

Al llegar, pasábamos, casi siempre, ese día en Alicante. En la estación se encontraban agentes de los hoteles de la ciudad; vestían de uniforme y en sus kepís, o gorros con visera mostraban los nombres de los hoteles, y cuidaban de enviar los equipajes. Nosotros siempre nos hospedábamos en el hotel Samper. Al mediodía paseábamos por la explanada con sus de palmeras, me gustaba ver en el puerto los veleros, yates y los barcos de pasajeros de la Transmediterránea. Después comíamos paella, en unos restaurantes que se hallaban en plataformas, con techos de cañizos, adentrados al mar en la playa. Unas veces nos acompañaba el delegado de la Cultural, señor Heladio Bañón, persona muy fina, jovial, muy atento y muy rubio . Siempre me agradaban estas visitas a Alicante, ciudad elegante que incita a permanecer por su clima estupendo. No en vano se decía: “Alacant, la millor terra del mon”


II

Al día siguiente tomábamos el tren, Alicante – Denia, para ir a Calpe.. El tren, de vía estrecha, bordeaba la costa por los pueblos de Villajoyosa, Benidorm, Altea hasta encontrarse “con el macizo más escarpado de la costa levantina, última estribación de la Sierra de Bernia. Los montes Collado y Mascarat que interrumpen por completo la continuidad litoral que aparece cortada con precipicios imponentes. Los puentes de la carretera y del ferrocarril, paralelos y superpuestos en diferentes alturas unen los dos acantilados. En este solitario paraje del Mascarat, la carretera y la vía del tren se deslizan, a gran altura sobre la orilla del mar, formando un fantástico balcón donde se contempla un paisaje grandioso del imponente barranco del Mascarat, vertical de más de 60 metros de altura y de angosto fondo.
Estos montes, el Collado y Mascarat se internan un kilómetro en el mar, formando la punta, o morro de Toix” ( Calpe, por Vicente Llopis)


III

La estación del ferrocarril se encontraba al pie del monte Oltá, de la sierra de Bernia, cercana a la villa de Calpe, tranquilo pueblo de pescadores de unos 2,500 habitantes. De ahí nos trasladábamos a la casa, situada en la falda oriente del Peñón de Ifach, sobre un promontorio al borde del mar Mediterráneo.

La casa era rectangular de construcción sólida y ventanas simétricas. Constaba de dos cuerpos, el principal y más grande, que habitábamos, daba al oriente con vista panorámica al mar, y enfrente a lo lejos y a la izquierda, se divisaba el cabo de Moraira, a semejanza ( a mí me parecía) de una enorme serpiente con su cabeza de pitón.
La otra edificación era más estrecha, unida por paredes laterales con un patio de separación entre ambas, la planta baja se utilizaba como bodega, la alta estaba vacío. Se podía acceder a la casa por dos entradas. La principal al frente de la casa, o por un costado de acceso al patio con puertas de entradas a ambas casas.

IV


En la planta baja se hallaba el salón y dos habitaciones. En el salón había sillas y mecedoras; al fondo, a la izquierda, un piano Pleyel, y en las paredes estantes con libros, un gramófono de cuerda y manivela y discos. A la derecha y por debajo de la escalera para subir a la planta alta, un cubículo para guardar cachivaches y delante una vitrina (a esa vitrina me referiré después) Los cuartos, amplios, estaban a cada lado, uno de ellos era para tía Emilia y Pilar.
Delante de la casa había una terraza de unos seis metros de ancho por todo lo largo de la fachada, bordeada por un banco para sentarse. Por las tardes éste era el sitio de reunión; el sol había pasado el cenit y la sombra cubría toda la terraza. Sacábamos del salón hamacas y mecedoras, y así pasábamos las tardes leyendo o conversando, cuando no salíamos a pasear por los alrededores.

En la planta alta había un pasillo de separación. A la izquierda, en la parte central el comedor, y a los lados dos habitaciones, una de mis padres y en la otra dormíamos mis hermanos y yo. A la derecha estaba la cocina y despensa, después el cuarto de baño y otro cuarto más chico donde se guardaban maletas y otros enseres.
No había luz eléctrica, ni agua corriente, así que lo del “baño” era eufemismo, pero sí había un lavabo y espejos. Por la noche nos alumbrábamos con potentes lámparas que se les inyectaban ¿gasolina?, utilizábamos velas para los cuartos. Nos acostábamos pronto y despertábamos temprano


V
.

El desayuno consistía siempre de un tazón de café con leche –leche condensada- y bollos. Comprar leche de vaca, imposible. Sí la vendían. Al principio nos la quería vender uno que a caballo, o mulo con dos vasijas, impávido decía, que la más cara contenía menos agua que la barata.
Después del desayuno bajábamos a la playa a jugar, hacer construcciones con la arena, pasear en la barca y esperar a las 11 de la mañana, la hora que nos permitían entrar al agua. Nadábamos y buceábamos toda la mañana, El mar era nuestra diversión principal. Hacia las 2 de la tarde comíamos, después a pasar la tarde hasta la hora de la cena, cuando el menú era siempre pescado. A mí me gustaba sobre todo el salmonete a pesar de las muchas espinas, pero también nos daban pescadillas y otros pescados propios del Mediterráneo


VI


La playa, llamada La Fosa, tenía la arena muy fina con dunas y algunos matorrales al fondo. De extensión de alrededor de 2 kilómetros daba al este y se ubicaba entre dos promontorios, el oriental donde estaba nuestra casa y al occidente donde se hallaba el cuartel de los carabineros. No había ninguna otra construcción, así que la playa, se podía decir, era para nosotros, aunque nos limitábamos a estar en la parte más próxima de la casa.

SEGUNDA PARTE

Peñón de Ifach - Calpe 1927 – 1936

I

Yo no lo recuerdo, pero, por lo menos, dos veranos los pasamos en Denia (provincia de Alicante). Alquilaban una casa (chalet) en la playa, esencialmente para que yo tomara el sol y fortaleciera el pie, por recomendación del doctor. Supe que mi padre recorrió la costa alicantina en busca de un lugar apropiado para pasar las vacaciones de verano, pues en Madrid el calor era sofocante durante esos meses.


Se entusiasmó cuando pasó por Calpe, y contempló el imponente Peñón de Ifach. No dudó, y se decidió. En 1927, compró una casa-masía y terrenos adyacentes en la ladera oriental del Peñón. En años posteriores se hizo de más terrenos hasta llegar a poseer más de ochenta mil metros cuadrados.
Calculo que la adaptación de la casa y el amueblado no estuvieron listos antes del 28, o el 29-

A mediados de junio ya estábamos ansiosos para ir a Calpe. Salíamos por tren de la estación de Atocha, también llamada del Mediodía. Mi padre compraba el llamado kilométrico, una libreta–carpeta, rectangular, de pastas amarillas, y por dentro cupones con kilometrajes para ser removidos según los trayectos.
Muy de niño, tendría 7, u 8 años, me indicaban que si me preguntaba la edad el revisor del tren, asegurara que tenía 6 años. Me enojaba, pues ¡yo ya tenía 8!.

Pilar copiaba en un papel, los nombres de todas las estaciones por donde pasaba el tren, para que yo las fuera corroborando. Por algunos pueblos, los más, transitaba el tren sin detenerse. De Madrid se partía por la noche, y el recorrido era: Getafe; Valdemoro; Aranjuez (parada); Castillejo; Villasequilla; Tembleque; Villacanas; Quero; Alcázar (parada); Socuéllanos; Villarrobledo; La Roda; Albacete (parada); Chinchilla (parada); La Encina (parada); Villena (parada); Monóvar; Novelda; San Vicente y Alicante, que se llegaba a las 8 de la mañana.

Chinchilla, se alcanzaba hacia las 3 de la madrugada, y de allí partía un vagón del tren, enganchado a otra locomotora hacia Cartagena. En La Encina, el tren paraba unos veinte minutos, pues era un punto de enlaza ferroviario importante. Varios vagones se dirigían a Valencia y otros a Alicante.
Ni que decir, que yo permaneciera despierto todo el trayecto, me vencía el sueño; si acaso me despertaba momentáneamente al paso por Alcázar de San Juan, hacia las once y pico, por Chinchilla, a las tres y media de la madrugada, y La Encina a las cinco. Ya no despertaba hasta cruzar por tierras tierras alicantinas

IX


La caleta donde se hallaba la playa llamada La Fosa, porque se deslizaba en declive muy profundo y a unos cinco metros de la orilla ya le cubría a uno el agua. A medio kilómetro de la orilla se extendía por todo lo largo de la playa un arrecife, a menos de cincuenta centímetros de la superficie. Se le llamaba: la barra. Cuando había temporal y con el viento del norte rugíendo, se presenciaba una vista espectacular, las grandes olas de un mar amenazador, con crestas blancas, rompían primero en la barra y después más apaciguadas en la playa.

La barra, a dos tercios, se interrumpía con un a apertura como de diez metros. Precisamente por ese “ boquete” entraban y salían las barcazas de pesca. Como guía para orientarse, en la playa se erigieron dos postes con faroles en la punta, algo separados, pero que vistos como uno desde las afueras en la mar, guiaban al patrón de la barcaza para entrar al fondeadero, cercano al cuartel de carabineros.
Había diez o doce barcazas de motor –aunque recuerdo que al principio usaban velas – y un vaporcito del dueño del peñón; salían de madrugada a faenar y volvían al atardecer.
La especialidad de la pesca era por el arrastre de las redes. Desembarcaban en la playa el producto atrapado y se procedía a la subasta, en valenciano. Vendían gran variedad de pescado, salmonetes, merluza, raya, pescadilla, pulpo, jaiba, bonito. Se podía comprar todas las tardes el pescado freso.

X


Solíamos subir al peón durante los veranos. Pedíamos al padre de Andrés la llave de la puerta de hierro y por una senda en zigzag se llegaba a un túnel abierto en la roca

El Peñón de Ifach es una imponente mole de unos 350 metros de altura unida a tierra firme por un istmo de tierra muy fértil, de unos tres kilómetros hacia donde se encontraba Calpe. El Peñón, así prácticamente aislado, surge del mar como una auténtica atalaya. En tiempos muy remotos debió producirse un cataclismo que partió a la sierra de Bernia y esa enorme roca rodó al mar. Es la hipótesis que más concuerda con lo agreste de la comarca.

El Sr. Vicente París, dueño del Peñón, desde principios de 1900 construyó una carretera desde Calpe hasta su casa, que era la única que tenía agua corriente pues de un manantial que se hallaba muy alto en la ladera oriental, desvió el agua por cañerías hacia su casa. También mandó perforar en la roca el túnel para poder acceder a la punta.

Después de franquear el túnel, de piso de piedras, sueltas, negras y apenas alumbrado por dos bombillas, nos encontrábamos ante un grandiosa revelación, como si hubiéramos traspasado a un mundo desconocido y distinto. A nuestros pies la vertical que surgía del mar y un fuerte viento fresco que nos azotaba. (Todavía hoy en día -el poder de la mente – puedo registrar ese estado de ánimo y “sentir” ese frescor incomparable)

Había dos sendas que se debían caminar con precaución. Tomábamos la que bordeaba los acantilados y se llegaba a la punta avanzada al mar, a una explanada lo bastante grande pues el Sr. París mandó construir una casita, ya algo destruida, pero en su tiempo, se decía que solía pasar unos días apartado del mundo. En las paredes se podían observar dibujos, graffitis, siempre un corazón con una flecha atravesada y los nombres.

La vista panorámica era impresionante, también desde la cima del peñón. En días claros se divisaba la isla de Ibiza, las sierras de Bernia y Aitana, el cabo de Toix, Altea, Benidorm, los cabos de Moraira, de la Nao, de San Martín, de San Antonio, éste con la particularidad que parte del monte Montgó y en su ladera se ubica la villa de Jávea. (Siempre me ha asaltado la curiosidad, si el caricaturista inventor del “cómic” Flash Gordon, su novia Dale y el Dr. Zarkov, no se basó en nombrar al planeta Mongo por esa montaña).
A nuestros pies el istmo y tierras adyacentes que destacaban las salinas, que a esa altura se observaban de varias tonalidades de rosado.


XI


Por la otra playa, que daba al sur, caminábamos por la orilla rocosa hasta llegar a “Los Baños de la Reina”, a medio camino hacia Calpe.
Al principio nos dijeron que eran los baños de una reina mora, pero después supimos que en realidad se trataba de ruinas de los tiempos de la dominación romana. Había dos, como piscinas ya cubiertas por el mar, donde se apreciaban modelados en roca corazones, anclas y otras figuras. Ya en tierra, se podía entrar a una cueva donde se hallaban esparcidos pedazos de mármoles con dibujos multicolores que recogíamos en bolsas. Esas idas a “Los Baños de la Reina” los hicimos dos o tres veces.
De la misma manera, se podía caminar por la ladera occidental del peñón, por entre rocas hasta llegar a una cueva de grandes dimensiones por donde entraba el mar. La singularidad era que del fondo brotaba un manantial de agua dulce y cristalina. Solamente se podía acceder a la cueva con mar calmo
.

XII

Los vientos que predominaban eran los del Este, y entonces el mar estaba tranquilo en “nuestra” playa. Había oleaje y tempestad con mucha furia con vientos del nordeste. En cambio, en las playas del otro lado el mar estaba calmo. Pero si soplaba el viento del sur la tempestad llegaba a esas playas, y en la “nuestra”, defendida por el peñón, el mar era tranquilo.
La temperatura era calurosa, pero seca, días muy transparentes y luminosos de cielo azul intenso. Por las noches, sin luna, la Vía Láctea se veía al norte intensamente brillante. No pocas veces, observamos lo que llamábamos “caída de estrellas”.
Muy rara vez, fines de septiembre, podía llover, más bien lloviznaba. Mi padre nos había enseñado la canción:


¡Qué llueva, qué llueva!
La Virgen de la Cueva
Los pajaritos cantan
que sí, que no,
que llueva el chaparrón


En una ocasión hubo una tempestad terrible, el viento rugía, las nubes negras se cernían sobre el mar y de repente vimos una tromba a unos cinco kilómetros mar adentro. Era un espectáculo aterrador que afortunadamente no se dirigió a tierra.

Siempre he preferido el amanecer al ocaso. Será porque lo concibo como el inicio de “algo”. Pocas veces me levanté a la salida del sol, por el mar, enfrente de la casa; en cambio, la luna llena surgiendo del mar roja intensa para rápidamente cambiar a naranja-amarilla y ya más alzada en blanco brillante, lo disfrutaba mucho..


XIII


He referido a que no había construcciones en los terrenos adyacentes a “nuestra” playa. En el camino de salida de nuestra casa a la carretera (terrenos de mi padre) se conservaba una casa vieja que la habitaban una mujer, ya grande, a quien llamaban “La Tía Sola”, y su hijo, Mateo, que era cazador de conejos y utilizaba un hurón para sacarlos de las madrigueras.
En la otra vertiente, hacia el oeste, se construyeron algunos chalets. Uno de ellos lo habitaba una familia, que tenía una hija alta y flaca de nombre Dolores. Un poco más lejos y enfrente estaba el chalet de los Pacheco. La abuela, la tía Pepa, era, creo, prima lejana de mi madre; su hija se llamaba Esperanza y los dos nietos, Héctor y Horacio, de mi edad. Nos visitábamos durante el verano con frecuencia, también con Dolores.

Para transportarnos al pueblo, teníamos una tartana que tiraba una mula. Esta mula era muy testaruda y lanzaba coces constantemente. Solamente Andrés la podía dominar. Desde entonces, yo me he puesto detrás de un caballo, ni creo haber montado uno nunca..

Más adelante, se encontraba el bar “La Buena Sombra”, del dueño Miguel (Miquel) Maurí, de quien se decía que había sido contrabandista. En el bar se vendían vino y bebidas alcohólicas, pero también refrescos y horchatas.
En 1935, se inauguró “El Parador de Ifach”, casi enfrente del bar, que representó para Calpe un auge de turismo. Durante ese año comenzaron las obras del puerto de Calpe, situado en la playa de la ladera oeste del Peñón.
XIV


Los 15 de julio eran el santo de Henry, y el 25 el cumpleaños mío. Como este era un día más importante, festivo día de Santiago, patrón de España, nos lo festejaban juntos con chocolate y postres, todo lo que quisiéramos; arroz con leche, matillas, o leche frita. Lo pasábamos muy divertidos y por la noche se lanzaban cohetes.

Mi padre trataba de pasar unas semanas del verano con nosotros, pocas, pues el verano nuestro coincidía con el invierno austral cuando tenía que atender a los cantantes de las temporadas de ópera de los teatros de Río, Buenos Aires, o Santiago de Chile, y las giras de los artistas.
En una de esas estancias con nosotros, creo que fue en el ‘34, decidió que la fruta: melón, sandía, higos, peras, etc., debían de servirlas al comienzo y no al final como era la costumbre en España. Nos imaginábamos que era una de sus decisiones “raras”, como la “cura de uvas”, durante tres días alimentarse solamente de uvas, o de colocarse, con bañador, junto a una colmena de abejas para que le picaran, ¡ Cómo era vegetariano y naturista ¡ Cosas de nuestro padre, comentábamos.

XV

La diferencia de edades con mis hermanos (cuatro y cinco años) me excluían de sus compañías, yo era mas bien solitario en mis juegos y andanzas
Delante de la casa, junto al mar, había una cueva a la que yo podía entrar bajando por las peñas y rocas, y que en días de mar en calma las olas no entraban. Allí almacenaba melones y por las tardes “me desaparecía” y en la cueva me comía un melón diario, que partía con un cuchillo. Un verano, vino a pasar unos días Manuel Santander, amigo de mis padres, que lo conocían de México, y él fue quien descubrió mis desapariciones. Nadie se lo había imaginado y causó mucha gracia.

Otras visitas: una prima segunda o tercera de mi madre, Antonia que vino con su marido Enrique, que usaba gafas redondas con un aro negro, y su hija, que la llamaban Chuchita, muy pequeña de unos tres años a lo sumo. Por la playa la llevaba yo en brazos. En la espalda tenía marcada una fresa; decían que Antonia, durante el embarazo, tuvo un antojo no cumplido. ¿Sería posible?

También nos visitó un señor grande, podría tener unos 75 años pero en aquellos tiempos a esa edad se veían viejos. Tenía barba espesa entrecana. Era geólogo y su estancia con nosotros la dedicó a buscar por las rocas fósiles de crustáceos y peces que con pequeño martillo las desprendía.
Un invierno, en Madrid, me llevaron a una conferencia que dictó este señor. Yo, a mis doce años me aburrí soberanamente.
XVI


Teníamos unos prismáticos bastantes potentes. Me encantaba atisbar el mar en
busca de los transatlánticos y aún los barcos de carga que se aproximaban bastante al Peñón. Así los veía muy de cerca con los prismáticos. Los barcos italianos que salían de Génova a Barcelona y después de pasar el estrecho de Gibraltar se dirigían a Suramérica, eran los Conte: el Conte Rosso y el Conte Biancamano que pasaban cerquísima del Peñón. Los más grandes: El Rex y el Conte di Savoia -que mi padre se embarcaba en ellos para ir a Nueva York- no se les veía, porque de Génova se dirigían a Gibraltar para proseguir a N.Y..
También veíamos muy de cerca al Graf Zeppelín que desde el Lago de Constaza iba a Suramérica, pero hacía una parada técnica en Sevilla. Lo veíamos salir del cabo de Moraira enfilando directo al Peñón para después adentrarse a tierra por Alicante.

Con los prismáticos descubrimos el nido de águilas enclavado en la ladera
oriente del Peñón. El águila salía de madrugada, pero a su regreso al atardecer la veíamos ¡Qué emoción mirarla sobre el mar, con las alas desplegadas, volando hacia el nido! Yo no me cansaba de maravillarme de la majestuosidad de estas aves.
Al llegar a Calpe en el verano del ’35, ya no la vi. Pregunté a Andrés y nos dijo que un cazador la había matado ese invierno. Maldito cazador. Seguramente no le, ni siquiera, multaron, y andaría muy ufano y jactancioso contando su hazaña.

XVII

Durante el verano del ’35, mi padre pasó unos días con nosotros, pocos porque tenía que ir urgentemente a Buenos Aires y a Lima para encontrarse con el pianista José Iturbi, que iniciaría una gira de conciertos. Como ya no le daba tiempo de ir por barco, optó por viajar en el Graf Zeppelín. Marchó de Calpe a Barcelona y a Friedrishafen donde partía el dirigible. Al atardecer del 27 de agosto, un martes, estábamos pendientes por ver el dirigible en el que viajaba mi padre. Por fin apareció por el cabo de Moraira enfilando hacia el Peñón- Estábamos más entusiasmados que nunca. Poco antes de desaparecer tras el Peñón vimos claramente que de una potente faro del Zappelin nos enviaban señales intermitentes, sin duda por petición de mi padre al capitán. Nosotros gritábamos y con lámparas y linternas también hacíamos nuestras señales
Al día siguiente un teniente y un sargento de Carabineros vinieron a la casa a indagar sobre esas señales “sospechosas” del Graf Zeppelín. Nuestras explicaciones les satisficieron.

A principios de septiembre, mi madre, que estaba embarazada, salió para Madrid junto con tía Emilia y Alfonso. En Calpe nos quedamos hasta el fin del mes, Pilar, Henry y yo.
El 21 nacía Ricardo. Mi padre había decidido le pusieran los nombres de Ricardo -por Ricardo Toledo, de México- Silvestre y ¡Enoch!, pero le llamábamos Caíto.

XVIII

Verano de 1936. Al llegar contemplamos asombrados que una cabra estaba atada a un eucalipto junto a la casa. Nos explicaron que mi padre (ese verano no vino al Peñón) había dispuesto que a Caito se le alimentara con biberones preparados con leche de cabra y café de bellotas. ¡Qué cosas de mi padre!.
Nuestras vacaciones seguía el ritmo habitual, durante la mañana paseos en barca, nadar, y por las tardes Henry y yo teníamos que estudiar, una o dos horas, las materias que nos habían suspendido; él, Física de 4to, y yo, 3ro. de matemáticas. ¡Qué fastidio y pesadez! Yo, con el calor, no me podía concentrar.

El 18 de julio, Andrés nos trajo la noticia (en la casa no había radio) que había habido un levantamiento de tropas en Marruecos, pero que ya estaba sofocado, según el gobierno. No fue así.

Pilar y Henry, éste con chaqueta y corbata, fueron a Madrid para deshacerse de folletos y papeles de Alfonso. Henry volvió demacrado y sin corbata.

El Consulado de Cuba nos envió una bandera y un documento-aviso que comunicaba y especificaba que la finca era propiedad de un súbdito cubano, y como tal se debía respetar- Yo fui el encargado de, por las mañanas, izar la bandera en la terraza y al anochecer de arriarla.

XIX

Alfonso y Henry salieron de España evacuados como muchos extranjeros. La tarde anterior a su salida Pilar y Alfonso tuvieron una pequeña bronca de despedida; entonces, yo no supe el porque del altercado.
Henry, muy meticuloso, reseñó todo el itinerario en un mapa que consiguió del “Ente Nazionale Industrie Turische”. El 11 de septiembre salieron de Calpe a Alicante, el 12 por la mañana los embarcaron en un destroyer inglés el Wootruch, para esperar a otras personas de diversas nacionalidades; el 14, en el destroyer Ardent salían de Alicante a las 12:15 pm; a las 5pm llegaban a Valencia, donde habían reunidos mas extrajeros; el 15, temprano salieron de Valencia rumbo a Barcelona. Allí, esa noche los trasladaron a otro destroyer, el Shropshire, y el 16, otra vez en el Ardent y después de una tormenta en el golfo de Toulon, desembarcaron en Marsella.. Hicieron un recorrido por Francia e Italia, en plan turístico. El 20, en Niza, el 22, en Montecarlo, el 24, en Génova -ahí se les unió mi padre-. Después Roma, Nápoles, y en octubre, Florencia, Bolonia, Venecia, Padua, Verona, Milán, el Lago de Como, y pasaron a Suiza por Lugano,. donde mi padre visitó al pianista Wilhelm Bachkaus, después Lucerna, Basilea y el 19 de octubre llegaron a París-

Allí mi padre, recibió informes de varios colegios de ingenieros para ingresar a Alfonso, del mismo París, de Burdeos y de Lille, pero se decidió por el Instituto Gramme, de padres jesuitas, ubicado en Lieja, Bélgica. El 22, lo dejó y él y Henry regresaron a París. Mi padre debió volver a Suramérica. Henry estuvo casi dos meses en París; iba a clases de francés y se albergaba en la Maison de Cuba, de la Cité Universitaire. Las últimas semanas se quedó casi sin dinero y lo pasó muy mal.

Además del Instituto Gramme, 1, Quai du Condroz, en Angleur-les-Liège, tenía en apuntes otros colegios como: Collège St. Michel, Boul. St. Michel, Bruxelles; Collège St. Louis, 5, Quai Langodoz, también en Bruselas; École Pascal, 33, Boul. Lannes, París 16e, o el Collège St. François La Salle en Evreux
-

XX

Mientras, en Calpe quedamos tía Emilia, Pilar, mi madre, Caito, que cumplió un año en septiembre, y yo. Por entonces ya escaseaban algunos alimentos; lo más notable, para mí, fue que el azúcar blanca había desaparecido y en su lugar se vendía uno casi negra. Andrés con una sonrisa burlona hacia el producto, nos dijo que era azúcar rusa.

Una mañana se presentaron unos milicianos y, a pesar del memorando que teníamos colocado en la puerta principal, se llevaron los prismáticos. Fueron atentos, eso sí, pero de todas formas nos quedamos sin ellos. Andrés, que no estuvo cuando vinieron, se enfadó porque dijo que no tenían ningún derecho de hacerlo.

A fines de noviembre nos tocó a nosotros salir. Las despedidas con tía Emilia y Pilar fueron muy dolorosas.
En Alicante nos alojamos, como de costumbre, en el Hotel Samper. Dimos un paseo al atardecer, en el puerto anclados muchos buques, sobre todo de carga, y de guerra; en la explanada vimos tanquetas y camiones, Nos dijeron que provenían de Rusia. En la parte alta percibimos el castillo de Santa Bárbara Nos acostamos pronto porque al día siguiente deberíamos salir muy temprano por avión hacia Orán.
Al llegar al aeropuerto y presentar nuestros tickets resultó que mi asiento lo habían vendido a otra persona. No valieron las protestas de mi madre, a mí me colocaron una silla en la cabina de los pilotos y así hice el viaje.

¡Mi primer viaje por avión, el 1 de diciembre de 1936! El avión era un trimotor Ford de la compañía Air France, que volaba el trayecto París-Niza-Barcelona-Alicante a Orán, en la Argelia francesa. En la cabina estaban el piloto, el copiloto y el radiotelegrafista. Tenían las ventanas abiertas de la cabina. Me preguntaban, en francés, si tenía frio “Avez-vous froid?”- Lo tenía, pero me hacía el fuerte y contestaba que no.

Durante el trayecto nunca se me ocurrió pensar que no volvería al Peñón de Ifach en 17 años.
RECUERDOS DEL PEÑÓN DE IFACH



Delante de la casa se plantaron varios eucaliptos. Creo que las matas las trajo mi padre de México. Con el tiempo crecieron y hacia el último año eran ya árboles frondosos.

Aparte de las águilas, había muy pocos pájaros. Extraño. Y esos pocos vinieron cuando crecieron los árboles.

Muy al principio había alguna que otra serpiente, pero bastantes lagartos. Después desaparecieron y entonces lo que abundaban eran las lagartijas y muchos saltamontes, aunque nunca llegaron a ser plaga.

Entre la gente joven de Calpe se acostumbraban los noviazgos largos de 5 a 7 años. Tal vez para reunir dinero. Ellos salían, por lo general durante casi todo el invierno, a alta mar a la pesca; ellas, mientras, preparaban el ajuar: sábanas, toallas, manteles o tejían.

Pepita, le hermana de Andrés, tras un noviazgo de 7 años, se había casado, creo recordar, pero perdió a su marido ahogado. La pobre estaba muy decaída, tanto así, que mi madre y tía Emilia la llevaron a nuestro piso de Madrid todo el invierno del ’34 y ’35, para que olvidara su pesar.

Desde la casa, todo lo que era la falda del peñón era rocosa, pero se podía llegar, caminando cuando no hacía oleaje, hasta la misma verticalidad del peñón. Casi al final había una pequeña playa de grava.

Una vez, en la barca quisimos bordear el peñón hasta la parte opuesta. La profundidad era inmensa, el agua de un azul intenso tirando a tinta, imposible de ver el fondo. Nos lanzamos al agua. Yo me salí en menos de un segundo. Daba miedo. Era sobrecogedor el abismo.

Mi padre, una vez, contrató a un vidente-adivino (se les llamaba, no recuerdo cómo), que con una varita bifurcada, recorría las tierras en busca de agua -que tanto escaseaba- y si la varita le temblaba en las manos, era la señal que ahí habría agua.

En un lugar donde señaló, fue en lo alto de la ladera. Ahí, mi padre mandó horadar y a base de barrenos y dinamita lograron llegar a una profundidad de unos veinte o más metros. Se encontró rastros de agua pero los trabajadores ya no podían casi respirar, por lo profundo. Así quedó el pozo y se tapó la abertura con tablones.

Mi padre, cuando en Calpe, se levantaba temprano y se encaminaba a las higueras cercanas para comer higos y brevas, Ya conocía de dos que daban el mejor fruto.

Los domingos se hacía la compra de la semana en Calpe. Yo fui dos o tres veces pero con temor. La mula enganchada a la tartana, siempre se encabritaba y tiraba coces que retumbaban en el piso de la tartana, o trocaba a correr a galope tendido, pero Andrés siempre la dominaba. Yo, confieso, sentía miedo.

V


Las aulas eran espaciosas. Nos sentábamos de a dos en bancas, con pupitres adelante y cajones para guardar los libros, cuadernos, lápices, plumas. Había dos hileras de pupitres, separados en medio por un pasillo. No recuerdo todos los nombres de los padres que nos daban las clases. p. Cánovas del Castillo, sobrino del político, era extremadamente delgado, se ocupaba de las clases de geografía e historia. Me tenía gran aprecio porque era el primero de la clase en geografía, asignatura que siempre me gustó. El p. Ortega era el profesor de matemáticas y física, de religión, el p. Castellanos, latín, el p. López. Éste era un vasco de lo más fuerte que he conocido. Le pedíamos y lo hacía con gusto, que lanzara el balón. Con el puño cerrado le daba un golpe al balón y lo elevaba a las nubes. De la asignatura del francés no recuerdo quien nos daba las lecciones. ¿El p. Beláustegui?

VI


De los compañeros de clase, siempre cuenta uno con algunos con quienes hacemos más amistad. Mis amigos; Manuel Mata Estalella, de Madrid; José Ramón Argüeso Hortal, de Huelva; Gonzalo González Fioravanti (Madrid) y José Ramón Villegas, de Villagarcía de Arosa, aunque éste era más amigo de Henry, pues tenía la misma edad que mi hermano y era más corpulento que nosotros.
En los recreos andábamos juntos, siempre charlando de muy variadas cosas. Pocas veces jugábamos al fútbol, yo porque me cansaba pronto y no éramos muy aficionados al deporte, que por cierto era el único que se podía hacer. Henry, en cambio, jugaba de extremo izquierda en el equipo titular. Una vez, al sacar un corner hizo, lo que se llamaba un gol de bandera, encajó el balón en la escuadra izquierda de la portería contraria. Fue muy festejado por ello.

VII
.

Los domingos eran los únicos días libres de clases. Aunque por lo general no salíamos de los confines del colegio, una vez lo hicimos para presenciar las maniobras militares de un batallón italiano, acampado en las cercanías. Nos pareció todo un poco cómico. ¿Sería porque hacía poco en la batalla de Guadalajara habían sido derrotados por los republicanos? Paradoja. No sentimos alegría, pero si satisfacción pues tropas españolas, no importaba que fueran del bando contrario, republicanas, habían vencido a extranjeros. Inexplicable sentimiento.


VII


Por mayo apretaba el calor. Era calor seco, pero aún así desagradable por lo intenso. No en vano a esa región se le llama Extremadura, de extremoso: frío en invierno, calor en verano.
A fines de junio nos examinaron. Vinieron unos catedráticos de Badajoz. Siempre me ha parecido absurdo que el examen final lo realice un profesor desconocido, sin saber, ni importarle, diría yo, el desempeño escolar durante el año. Sí nos numeraban como primero, segundo, tercero etc., hasta el último, pero no creo ello importara mucho, como lo pude comprobar en el examen de matemáticas que realicé en el Instituto de San Isidro, de Madrid, el año anterior
El 23 de junio salimos de Villafranca por tren rumbo a Galicia al Balneario de la Toja. El viaje fue una pesadilla, sobre todo para mi madre. Caito se había enfermado de enteritis, por el calor sofocante, y tenía diarreas constantes. El tren estaba lleno de soldados, todos dormidos, o venían, o iban al frente. Nuestros asientos estaban ocupados. El conductor del vagón nos proporcionó unas sillas y nos acomodamos en la parte posterior, al aire libre y cerca del W.C. Constantemente mi madre tenía que lavar y cambiar los pañales de C. No sé por que ciudades o pueblos pasó el tren. Sí, por Astorga y mi madre nos compró las famosas mantecadas que vendían unas mujeres en el andén. Llegamos a Pontevedra y de allí por autobús a La Toja.

La Toja es una pequeña isla en la ría de Arosa unida por un puente a la península de El Grove. Es famosa por sus baños termales. No había cuartos en el Gran Hotel y nos hospedaron en un bungalow, sin muchas comodidades. Un doctor me recetó tomar el baño durante 15 días para fortalecer la pierna y pie derecho. A Caito no le recetó nada, dijo que el aire fresco y saludable del pinar lo curaría. Y cierto, al día siguiente era otro.

Al acabar los baños termales fuimos a Sanjenjo, muy cerca, pero en otra ría, la de Pontevedra. Se rentó un chalet en un diminuto promontorio que daba a la playa. Al otro lado de la playa se hallaba el pequeño pueblo de pescadores. Al poco tiempo llegó Alfonso a pasar el verano con nosotros. Venía ya con modales más europeos. Nos hizo gracia que en el desayuno demandará tener mermelada de naranja o alguna confitura de frutas. A mí me gustó la idea pues ni probaba la mantequilla. De regalo para C. trajo un pequeño automóvil manufactura alemana que era fantástico por la diversas maniobras que podía hacer. Al principio lo manejaba Alfonso, pero un día lo atrapó C., le introdujo arena y ahí acabó el juguete.

X

Había muy poca gente, aparte de nosotros, veraneando. Los que estaban y mis hermanos se metían al agua a nadar, ante mi rabia. Yo no pude hasta que hubieron pasado los 15 días después de los baños de aguas termales, según dictaminó el doctor. Cuando por fin pude, me lancé al agua. No podía creer lo fría que estaba comparada con el Mediterráneo, pero al tercer día ya me había acostumbrado.
Nunca me gustaron las misas con los sermones, como en el colegio, que me aburrían. Así que los domingos me levantaba muy temprano y asistía a la misa de los pescadores, a las 6 de la mañana. Iba a la iglesia del pueblo bordeando la playa; tardaba como unos veinte minutos en llegar. Siempre había niebla espesa. ¡Cómo me gustaba! Me sentía como en un Londres misterioso.

A mediados de septiembre vino a Sanjenjo mi padre a pasar los últimos días del verano. A mis “hermanitos” les dio por el patriotismo y se fugaron para alistarse en el ejército. En el archivo de México encontré anotaciones de direcciones y autoridades a quienes tenía que dirigirse. A los tres días regresó con Alfonso y Henry, éstos muy cabizbajos y mansos. Supongo que alegó ante los militares ¿y Falange?, que ambos eran menores de edad, ciudadanos cubanos y sin autoridad paterna. Durante esos días mi madre sufrió como pocas veces la he visto.

Poco después salimos para Lisboa. Llegamos a Tuy, frontera con Portugal y en Valenza tomamos el tren para Lisboa. El paso del río Duero por Oporto lo libró el tren por un

puente muy largo. Una novedad de los trenes portugueses era que por altavoces en cada compartimiento anunciaban la llegada a cada ciudad que paraba el tren. Enfrente de donde estaba sentado se hallaba un joven leyendo el Don Quijote (Quixote). Yo, como tantos niños que habían aprendido a leer con el texto del Don Quijote y que por lo tanto lo aborrecíamos pensé; “Qué ingenuo, no sabe en lo que se mete”. (Aclaro, años más tarde cambié de opinión)

Llegamos a Lisboa. Alfonso debía partir a Amberes para continuar sus estudios de ingeniería en Lieja. Fuimos todos a bordo del buque holandés, me perece que era el Maasdam. Para buscar la cabina hablaron con el purser Alfonso se dirigía a él en francés y mi padre en inglés. A ellos les contestaba amablemente en cada idioma. Antes en Lisboa, mi padre le compró a Alfonso un par de zapatos nuevos.

XI

Nosotros, a Extremadura. Entramos por Badajoz el 2 de octubre. Mis padres, después de pasar unos días con nosotros, partieron con C. a París. Debieron permanecer allí un largo tiempo pues, -otra vez consultando el archivo- por una carta del 30 de noviembre, del empresario inglés Leon Greanin dirigida a mi padre a Southampton, pasajero del Normandie. Habían embarcado en Cherburgo y ese mismo día hacía escala el trasatlántico en el puerto inglés para seguir rumbo a Nueva York. Después irían a La Habana.

¿Henry y yo? Pues no metieron de internos en el colegio. La primera noche, la pasé mal. Los dormitorios consistían en unos cubículos donde cabían dos camas y una palangana, sin techo, en un salón muy espacioso. Y, a acostumbrase.

Las Navidades permanecimos en el colegio y 1938 entró sin muchas novedades. Hubo, por esa época, racionamiento de la carne y por dos días a la semana no se podía consumir; de ahí en fuera, no faltó nada, que yo recuerde.
Comulgar todos los días me daba que pensar. Se había vuelto una rutina y no sentía lo que debía sentir. Me resolví tratarlo con el Rector. En los colegios de jesuitas, supongo que es generalizado, el padre Rector era el “bueno” y el Prefecto el “malo”, pues tenía que conseguir la disciplina de los alumnos y ordenar y mandar en todo. Así que me salté al Prefecto y fui directo con el Rector. Éste me dio la razón y me sugirió que comulgara solamente una vez por semana. Mientras todo el alumnado se dirigía al frente para la comunión, yo permanecía sentado en la banca. Ahora pienso la lástima de no haber solicitado la misma “indulgencia” para el rezo del rosario, pero hubiera sido mucho pedir.

Por entonces, falleció un padre jesuita después de una larga enfermedad. Todos los alumnos tuvimos que pasar ante el féretro. ¿Había necesidad? No lo creo.
Yo me llevaba bien con todos, siempre fue así. Pero uno de mi clase, no sé por qué razón, me tenía animadversión. Me retó a una pelea, bajamos a una habitación vacía él, Villegas que iba a actuar de árbitro y yo. Me disponía a levantar los brazos en posición, cuando Villegas le propinó un puñetazo a mi contrincante, lo tiró al suelo y le espetó: “Para que no te metas con Quesada”. Esa fue mi única pelea. Al día siguiente, durante el desayuno, mi contrincante apareció con el ojo izquierdo morado, una pequeña circunferencia. Ya lo sabían todos y me lo achacaban a mí. El padre Cánovas, en son de broma, me dijo que había dibujado el círculo geométrico perfecto. Parecía que mi rival no era muy bien visto por los padres.

XII

Semana Santa. Mi padre nos había escrito que debíamos ir a Sevilla para presenciar las procesiones. Pero se olvidó de decirnos el cómo. Que tortura mental esa semana en el colegio. Pasábamos más tiempo en capilla con los ejercicios espirituales, que en recreo. Nos metían miedo con el infierno y purgatorio. No había derecho que nos amargaran esos días.

Por marzo, Hitler invadió Austria para reunificar la Gran Alemania. En el colegio daba clases de alemán a los alumnos de sexto, un joven padre austriaco, el P. Stähli, que se le notaba preocupado por su familia. Nos comentaban los padres que no veían con buenos ojos la invasión alemana a Austria, que al ser un país eminentemente católico temían por ese “Anschluss”.

A principios de mayo comenzó el calor. Para cenar servían un plato frío. Era gazpacho extremeño, atiborrado de vinagre. Yo, que desde pequeño solamente olerlo me daban nauseas, dije: Yo, eso no lo como. Me daban un plato de lentejas, o de judías blancas. No me puedo quejar, por alguna razón me consentían.

Para fin de curso se preparó una pieza de teatro. Resultó muy simpática. Yo muy ufano porque Henry tuvo el papel principal y fue muy ovacionado por su destacada actuación. ¿No habría sido Henry un mejor actor que empresario? Bromeo.

Ya en mayo sabíamos por carta de mi padre que iríamos a pasar las vacaciones de verano a La Habana. Yo, aún creía que volvería al colegio por otoño para entrar a sexto. Mis compañeros me decían: -Ca, tú ya no volverás. Yo tenía un poco de pánico por Henry que no lo arrebatara la Compañía de Jesús. Todo parecía, los padres lo estimaban mucho, le habían nombrado Príncipe de la Congregación de María. Sin embargo, años después al hablarle sobre mis temores de entonces, me replicó, con una sonrisa, “es lo que ellos querían, pero yo no”.
Henry era aficionado a los sellos, poseía una colección cuantiosa en varios álbumes. Los regaló al padre ¿Ilundáin? que era también entusiasta por los sellos. Habíamos recibido una larga carta de nuestro padre explicando hasta el mínimo detalle la ida a Lisboa, los trámites de visados y todos los pormenores sobre nuestro viaje por barco, las propinas que teníamos que dar, el evitar contacto con personas que nos propusieran jugar a las cartas, o cómo teníamos que moderar los gastos. Una carta espléndidamente lúcida y sagaz. ¡Lástima que con tantos viajes y cambios se ha perdido!

Antes de los exámenes finales, teníamos que realizar el de religión. Nos formaban en un círculo. Obligatorio de saber el catecismo de memoria, preguntas y respuestas; uno preguntaba y el siguiente respondía, así hasta el final Al día siguiente, nadie se acordaba de nada. ¡Qué desgaste mental inútil! A mediados de junio los exámenes finales. Salimos bien, sin ninguna asignatura suspendida.

Unos 3 o 4 días antes de salir para Portugal, a Henry se le ocurrió, otra vez, lo del patriotismo y junto con Villegas y otros se escaparon para alistarse en el ejército , ¿la Legión Extranjera?. ¡Vaya! Me dejaba solo para viajar a América; pero no contaban con la influencia de los padres jesuitas. Un día antes de nuestra partida “me lo devolvieron”. No hablé con él de ello. El 26 de junio salimos de España por Badajoz y entramos a Portugal por Caia. El viaje a Lisboa por autobús no tuvo mayores contratiempos.

RECUERDOS DEL COLEGIO



Biblioteca, biblioteca no era precisamente, pero en un salón se encontraban algunos libros religiosos, que evité y unos tomos grandes de fotos de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918. Las ilustraciones contenían textos, pero todas se referían al frente de guerra alemán y las actividades bélicas de los alemanes; ninguna foto tomada del lado francés o inglés. A mí que siempre me ha gustado todo lo militar, pasaba largo tiempo viendo y leyendo esos libros.

No recuerdo que en el colegio hubiere algún alumno afiliado a la Falange, o a los Requetés, con su boina roja, (antes, que por orden de Franco se “juntaran” ambos partidos). Nadie iba de uniforme, todos con nuestra ropa indumentaria. Hubo sí, una vez, debió ser en algún aniversario de la Falange, cuando un muchacho de mi clase bajó a desayunarse engalanado con un uniforme de la Falange. Vestía de chaqueta cruzada azul con muchos adornos dorados. Supusimos que en su pueblo era jefe de centuria, o algo similar. No cayó muy bien su “espectacularidad” y nunca más se le vio uniformado.

En el cubículo-dormitorio había una palangana con dos jarras de agua para lavarse la cabeza, cara y con malabarismos, los brazos. Las duchas estaban ubicadas en un cuarto de la parte baja del edificio. Nos duchábamos una vez a la semana. ¡Normal en aquellos tiempos! Yo, una vez tuve un percance propio de la edad y hube de esperar cuatro días antes de…

Había dicho antes, que en los recreos me juntaba con mis amigos, particularmente con Mata, para charlar. Se me ocurrió que nos contáramos las novelas policíacas, sobre todo las de Agatha Christie, que hubiésemos leído, resumir los hechos y tratar de descubrir el asesino.

Todas las clases eran orales. En las de física y química, cuando se necesitaba que nos explicaran algún experimento o prueba de esas materias, el p. profesor las realizaba y nosotros mirábamos.

Ya he mencionado anteriormente que en la asignatura de Geografía era yo siempre el primero de la clase. Sin embargo, le pedí al p. Cánovas que no me pusiera en la lista en primer lugar pues por lo general hacía yo malos exámenes. Pues bien, parece que el p. Cánovas le informó al catedrático de mi problema porque, al presentarme, el catedrático me indicó que si le traía un vaso de agua me ponía sobresaliente, y así fue-
CUARTA PARTE - 40 -
I
Verano 1938 - Invierno 1939

I

En Lisboa nos alojamos en un hotel cercano a la Plaza del Rocío. Primero fuimos a la Legación de Cuba. Nos habían preparado unas cartas de introducción para el consulado de los Estados Unidos, pero el Embajador, Dr. Arce sugirió que mejor nos acompañase la Cónsul, Sra. Sofía Dihígo, que explicase nuestra situación y nos otorgaran visados de tránsito. Antes tuvimos que pasar un examen médico. Al doctor, lo que le pareció más importante fue que no padeciésemos de glaucoma en los ojos. En el consulado para darnos los visados nos hicieron prestar juramento que no pertenecíamos al partido comunista; eso era lo que les interesaba, no al nazismo, fascismo, o, como proveníamos de España, al falangismo.

Lisboa, me pareció una ciudad bella y muy interesante. La plaza del Rocío (Rossio) amplia con un piso de singular dibujos de mosaicos. En un extremo estaba el Teatro Nacional, fachada con seis columnas; había dos fuentes-columnas, la plaza se hallaba en la parte baja (Baixa) de la ciudad. Para ir a la Legación de Cuba (Rua Sociedad Farmaceutica) que estaba en la parte alta, Henry yo accedíamos a un enorme –por su dimensión-, ascensor; así subimos y bajamos varias veces. Nos dijeron que el ascensor había sido diseñado por el ingeniero francés Eiffel (el de la Torre Eiffel de París).

El 30 embarcamos en el trasatlántico Saturnia, que provenía de Génova y hacia escala en Lisboa para dirigirse a Nueva York. Nos alojamos en una cabina con dos literas de la clase turista. El vapor no era tan grande como el Rex o el Conte di Savoia; yo iba muy entusiasmado por ser mi primer viaje por mar. En el barco viajaban muchos turistas americanos, sobretodo jóvenes muchachas.
Españoles, solamente Henry, yo y dos frailes dominicos vestidos de sotanas blancas, con quienes entablamos relación. Viajaba también un sacerdote católico americano que vestía de traje, solo se le distinguía por el “alzacuellos”. Los dominicos quisieron iniciar conversación en latín con el americano. Se llevaron un chasco, porque el otro seguramente conocía el mínimo latín para decir misa. Los dominicos estaban escandalizados porque el padre americano nadaba en la piscina con las chicas. Se dirigían los frailes españoles a unas misiones del Estado de Arizona. Eran los tiempos que España exportaba curas al mundo entero. ¿Arizona! Qué memorias me trajo de las novelas del Far West, de Zane Grey que había leído .

El 1 de julio, pude concluir mis siete primeros viernes; había una capilla a bordo. Después nos azotó una gran tempestad. Yo me mareé como nunca lo hubiera pensado. No podía probar alimentos, me daban manzanas, pero ni así; Henry, tan fresco, no le afectó. El 4 de julio gran fiesta en el barco por la conmemoración de la Independencia de Estados Unidos.

II

El 7, nos levantamos muy temprano para el arribo a Nueva York. ¡Qué vista tan fantástica! La Estatua de la Libertad, y los numerosos rascacielos . Sentí como que llegaba a otro mundo. Atracamos en uno de los numerosos “piers” (muelles) del puerto. Se suponía que José Iturbi nos iba a recoger y llevarnos al Hotel Great Northern de la calle 57, donde, por instrucciones de mi padre, debíamos alojarnos.
Estábamos desorientados, sentados esperando el turno para pasar inmigración pero se tardaban en llamarnos. A eso, se nos acercó un agente de hotel (en esos tiempos se acostumbraba que los agentes buscaran huéspedes para sus hoteles). Era un vasco muy amable que nos ayudó en todos los trámites, tanto de migración, como al desembarcar con la aduana, y que Henry, convencido, me dijo que fuéramos a su hotel en agradecimiento.
Nos llevó al hotel, pequeño, y con mayoría de huéspedes españoles. El inconveniente fue que estaba ubicado por las calles 17 o 18, casi por la punta de Manhattan Aislados del centro. Al día siguiente telefoneamos a Iturbi (Academy 4 24 72), que nos dijo que había ido al puerto pero que en las listas no encontró ningún Quesada y presumió que por alguna razón no habíamos viajado. Supimos por “nuestro” vasco que figuramos en las listas de pasajeros con el segundo apellido de Delgado. ¡Éstos italianos¡

Iturbi nos invitó a comer y allá fuimos, creo que en tranvía, -que en aquella época existían en Nueva York- muy lejos, pues vivía en Riverside Drive (en el 270, apto. 10 D) que en aquel entonces era la parte aristocrática de la ciudad.
En el departamento, pequeño, estaba su hermana Amparo; los dos muy atentos. Me hizo gracia que en un momento de la comida me ofreció para beber un líquido oscuro y me preguntó si sabía que era. –Sí- le contesté. Coca Cola.

Estuvimos (¿3 días?). Caminamos mucho. Salíamos temprano, después del desayuno, para llegar, por Broadway, a Times Square. Unas 40 largas manzanas.
Yo notaba que algunas personas me miraban. Hasta que me di cuenta. Había llegado a Nueva York con el pantalón que siempre usé “los bombachos” como los que vestían para jugar golf y que en España muchos chicos los usábamos. Henry, también lo notó y me dijo que ya era tiempo que me pusiera de pantalón largo. Entramos a una tienda grande “Crawfords” en Broadway, cercana a Times Square y me compré unos pantalones largos de color beige claro. Sin embargo, no me los puse hasta llegar a La Habana-

Henry y yo no sabíamos una palabra en inglés. ¿Cómo sorteamos el problema? No sé, pero logramos hacernos entender. Tomamos el tren nocturno para ir a Miami. Por la mañana fuimos a Miami Beach a conocer a nuestras primas Yolanda e Irma que habitaban un apartamento con su madre, que llamaban la “Nena”. Tuvimos dificultad en entender lo que nos decían pues hablaban rápido y con diferente acento.
Por la noche, nos embarcamos en un vapor rumbo a La Habana.

III

Muy temprano al día siguiente arribamos a La Habana. La entrada al puerto fue muy atrayente; a la izquierda el Morro y el fuerte y a la derecha el Malecón. Desembarcamos pero no vimos a nuestra madre, así que como conocíamos la dirección de la casa (Línea 308,entre H e I, Vedado) tomamos un taxi que conducía un negro muy parlanchín. Henry y yo nos mirábamos porque no entendíamos casi nada de lo que explicaba.
Al llegar a la casa solamente estaba nuestra abuela muy cariñosa y simpática. Al poco rato llegó nuestra madre, con Caito, Esther y Trinita que no nos habían encontrado. Recuerdo unas de las primeras frases que nos dijeron y que no entendíamos “Quítate el saco y no tengas pena”. Mi madre nos tradujo: Qué os quitéis la americana y no tengáis vergüenza Pero todo era acostumbrase a los modismos propios de Cuba y a su peculiar pronunciación.

Ese primer día conocimos a la numerosa familia de tios y primos. En la casa, amplia, de la abuela vivía también Trinita, viuda de Lawton y Esther. Cerca, creo que contigua a la casa, María Luisa, viuda de Céspedes, su hijo Carlos Manuel, y sus hijas Nati y Aleida. El mayor de los hermanos, Rodrigo, casado en terceras nupcias con Moraima, tenía un hijo de anterior esposa, Orlando; Alfonsina, casada con Recaredo Répide, tenía dos hijas, Elsa y Ruth; Alfonso, o Ildefonso, “Tío Poncho”, el dueño de Lámparas Quesada, tenía un hijo, “Ponchito” y las dos hijas que se encontraban en Miami. Otros tíos Ramiro y Frank, más joven.

La abuela Amalia nos daba para desayunar chocolate con bollos. Henry, a los pocos días pidió café, no lo aguantó. Le gustaba preparar postres. Yo que era dulcero fui su consentido. A media tarde para merendar nos sentábamos ella y yo en la mesa y me atiborraba de sus postres –el arroz con leche es el mejor que he saboreado- Supongo que no había más halagüeño para ella, de que yo me deleitara con sus dulces. Platicaba mucho conmigo, ¡y yo que soy buen escucha! Me contaba de la familia, de la juventud de mi padre. Lástima que no tomé apuntes, pero yo era muy joven para pensar en el futuro. Algunas veces venía por la ropa de lavandería un chino de grande complexión. También se sentaba con nosotros y participaba en las conversaciones
La abuela siempre se acordó por mis preferencias a sus postres, y años más tarde, yo ya en México, cuando venía Esther a pasar temporadas con nosotros siempre me traía un frasco grande con arroz con leche.

IV



Ese verano mis hábitos cambiaron. En Madrid iba al cine (cinematógrafo) una vez por semana, los domingos. Durante los dos años que pasé en Villafranca, nunca fui al cine. Y ahora, en La Habana, mi madre me daba dinero para ir todas las tardes al cine Iba solo, Henry, mayor, hacía su vida aparte. Me dediqué a ver, sobre todo, películas europeas, preferentemente francesas. Vi muchas. Una que me gustó sobremanera l’Orage, sería por el nombre tan atrayente para describir la tempestad. Actuaban Charles Boyer y Michèle Morgan. De otros actores franceses que filmaron películas, recuerdo a Victor Francen, Raimu, Pierre Fresnay, Jean Gabin, Pierre Renoir, Louis Jouvet, Fernandel. Ellas: Vivienne Romance, Danielle Darrieux, Arlety, Edwige Feullière.

Una vez mi madre me invitó a un paseo por tranvía. El recorrido era por todo el Malecón hasta llegar al puerto y regreso. Muy agradable resultó porque al atardecer soplaba del mar un viento fresco, bienvenido después de tanto calor. Los helados que tomaba (¿en Floridita?) eran muy sabrosos y de muy variados sabores.

Frank me llevó a conocer las oficinas de Lámparas Quesada, en Infantas esquina San Lázaro. Eran muy lujosas, el piso cubierto con una alfombra (moqueta) azul que se hundían los pies, y en el techo colgadas numerosas lámparas de todos tamaños y formas. El despacho de tio Poncho estaba contiguo y atrás, me parece, estaba la fábrica. Me dijo Frank que únicamente utilizaban cristales de Bohemia que importaban de Checoslovaquia.
Frank se dedicaba a cobranzas. Me llevó consigo una o dos veces, por la mañana. Íbamos de casa en casa, y era sentarse a charlar él con las personas y persuadirles a que pagasen sus cuotas.

Por septiembre llegó mi padre. Era el tiempo ya de escoger colegio. Yo, se suponía, iría al Instituto Gramme de Lieja, con Alfonso y Henry a Estados Unidos a aprender inglés. Mi madre me llamó aparte y me explicó que el viaje y estudios en Lieja resultarían muy caros y que era preferible fuera con Henry a una escuela americana. Fuimos con mi padre a entrevistarnos con Michael Richardson Fdz., que tenía su oficina en la Manzana de Gómez no. 514, y que era el representante en Cuba de los colegios americanos. A pesar de que con nuestros estudios de España podíamos matricularnos en un “college”, no pudo ser por nuestro desconocimiento del inglés. Recomendó un “High School”, la escuela militar Shenandoah Valley Academy en Winchester, Estado de Virginia, donde no habría ningún alumno de habla hispana. El Sr. Richardson se encargó de nuestra admisión.

La lista de prendas que teníamos que llevar era dos tantos de todo: sábanas, mantas, toallas, aseo y ropa interior. El colegio nos proporcionaría los uniformes. Todo cupo en una baúl, y además llevábamos dos maletas.

[ Alfonso, después de terminar el curso `37-´38 del segundo año de ingeniería en Lieja, el verano lo pasó en una fábrica de Alemania (¿en Witter?) de aprendizaje, por exigencia de sus estudios]

Fuimos al colegio. En la estación de autobuses Greyhound, de Winchester nos esperaban dos alumnos uniformados que nos llevaron a la escuela que estaba en la periferia del pueblo. Nos dirigieron la palabra pero enseguida comprendieron que no les entendíamos. Me parece que lo he mencionado anteriormente: en el bachillerato español los cinco primeros años nos enseñaban francés, en el 6º y 7º años los alumnos podían escoger entre el alemán o el inglés. La mayoría, si no todos, se inclinaban por las clases en alemán. Por eso, nosotros no conocíamos una palabra del inglés.

Al llegar, nos presentaron con el Coronel Boone D. Tillet, que era el dueño y superintendente de la academia. Nos asignaron una habitación para los dos; al día siguiente nos tomaron las medidas para los uniformes, que nos entregaron en cuestión de pocos días; consistían en una chaqueta gris, dos pantalones grises con rayas negras, tanto en la chaqueta como en los pantalones, además nos dieron una chamarra que usábamos para ir a clases.

El acontecer en el colegio era, pues, militar. A las 7am nos despertaban con el toque de trompeta (Reveille), bajábamos al hall, medio vestidos para el rol de “todos presentes”, regresar a la habitación para lavarse y vestirse, desayunar en el comedor y a las 8am se iniciaban las clases. Aquí era muy distinto a lo que estábamos acostumbrados: Las clases, de una hora de duración, se sucedía una tras otra hasta la hora de la comida. Por la tarde el drill, instrucción militar, desfilando en el Parade Grounds A continuación algunos hacían deportes, y el resto de la tarde se empleaba para estudiar las asignaturas del día siguiente. ¡Qué diferencia con los colegios -de entonces- de España!

Las primeras semanas no participamos en el drill, teníamos que “acostumbrar” el oído a las órdenes que daban los cadetes oficiales para marchar, -left, right, company, column, about face, etc- . Cuando nos integramos cometíamos algunos errores, pero otros también. Había un battalion commander, dirigido por el hijo del coronel, Cadet Major: Boone G. Tillet, Jr. Las compañías A y B eran comandadas por cadetes capitanes y cadetes tenientes; usábamos rifles Springfield, que teníamos que presentarlos en perfectas condiciones de engrasado, y desarmarlos y armarlos en un tiempo record. El colegio estaba afiliado al R.O.T.C. /Reserve Officers Training Corps) y algunos alumnos exhibían en las mangas esas siglas.

En cuanto a las clases, primordialmente nos dieron énfasis en el inglés, pero también teníamos todas las materias que correspondían al último año del High School, estudios que habíamos realizado más ampliamente avanzados en España. Todos los maestros portaban uniformes del ejército, con grados de tenientes o capitanes. En matemáticas nos tuvimos que adaptar a las comas y puntos de separación de miles y decimales, a las millas, a los acres, yardas, galones, quarts .Una vez, a principios, el profesor me pidió de escribir en la pizarra una ecuación; requirió a un alumno que la leyera, y éste recitó: cinco, nueve, efe, 6, 4 Explicó a la clase la diferencia entre el siete europeo e inglés. También el uno tuve que escribirlo con un trazo vertical sin los “adornos” superior e inferior.


VI


Después de comenzado el curso llegó a la academia un chico de origen portugués (idioma que no lo hablaba) Jodan J. Silva, que venía de Honolulu. ¡Cómo de tan lejos! Si me lo contó, no lo recuerdo. El caso es que se hizo amigo nuestro y nos ayudó mucho con el inglés. Cuando íbamos al cine siempre se nos unía, con la particularidad que mientras nosotros salíamos después de ver la película, él se quedaba para verla por segunda y hasta una tercera vez.

Cuando pasamos la primera vez ante un salón de venta de automóviles, nos llamó la atención un Buick que tenía la palanca de velocidades justo debajo del volante, nos causó asombro pues nunca antes lo habíamos observado en coche alguno. Costaba el Buick, modelo 1939, ochocientos dólares y pico. Un Ford valía menos de cuatrocientos dólares-

A la semana siguiente de nuestra llegada nos disponíamos a ir al cine –aún sin entender, pero era buena práctica-. Había en Winchester dos salas de cine; una exhibía películas del oeste, vaqueros, indios. Yo ya esta un poco saciado de las películas de Tom Mix y Tom Tyler, que vi durante mis primeros años, ya no me llamaban la atención, tampoco a Henry. Pues bien, consideramos que mejor iríamos el domingo y no el sábado. Cuál sería nuestra sorpresa que encontramos el cine cerrado “No Showing Today”, no los anunciaba un cartel. Nos enteramos después que las iglesias predominantes prohibían las exhibiciones los domingos.

La primera película que vimos fue Alexander’s Ragtime Band, con Tyrone Power, Alice Faye y Don Ameche, y la segunda, ya con Silva, The Sea Wolf, interpretada por Ida Lupino, Edgard G. Robinson y John Garfield. Después asistíamos al cine todos los sábados. Muchas otras vimos como: The Dawn Patrol, con Errol Flynn, The Four Sisters, con las hermanas Lane y John Garfield; de ellas, Priscilla, la más joven, protagonizó muchas películas.

Parece que se propagó en el pueblo que estudiaban en la academia dos españoles. El coronel Tillet nos informó que dos personas solicitaban si podíamos darles clases de español. Uno, hombre bastante viejo había estado en las Filipinas y se expresaba en un español atropellado. La señora Blanche Morley, persona fina, tenía algunos conocimientos. Ambos deseaban perfeccionarse. Ofrecíamos las clases en la Library (Biblioteca). Yo me desligué al cabo de unas semanas, pues no servía mucho para ello, pero Henry, pacientemente, continuó todo el curso. Tuvo su recompensa, a principios de mayo, Mrs. Morley nos envió una caja llena de manzanas (Winchester se situaba en la región de ese cultivo). Comíamos manzanas a todas horas.

VII

Estudiaban en la academia unos doscientos alumnos; varios, bastantes, jugadores de fútbol americano becados. Muy fornidos, la mayoría con apellidos polacos que provenían de Chicago. No tengo idea como le fue al team de la academia jugando con otros equipos.
Aunque estaba prohibido radios en las habitaciones, a nosotros nos dieron permiso pues nos ayudaba con el inglés, pero debíamos bajar el sonido lo más posible.
En el periodo vacacional de Navidades y Año Nuevo fuimos a Nueva York. Esta vez, sí nos hospedamos en el Hotel Great Northern, de la calle 57. Era muy buen hotel; la habitación costaba dos y medio dólares. Supongo que Silva se nos unió y desde luego asistíamos al cine y recorríamos las calles.

Durante el periodo invernal, de principios de enero hasta las vacaciones de abril (Spring Break) , La Academia trasladaba su cuartel general “Winter Quaters” al estado de Florida. Estaba situado el colegio a orillas de un lago (Lake Wales), muy cerca del pueblo Winter Haven, en el centro del estado. El edificio debió haber sido un hotel, por lo amplio que era. Nos ubicaron en una muy buena habitación con baño privado, que teníamos que mantener limpio y reluciente para la inspección diaria. Delante, un prado lo suficientemente grande para marchar el drill. Nos bañábamos todas las tardes en el lago; había serpientes de agua pero nunca nos molestaron, nadábamos casi entre ellas.

Por esas fechas me comenzó una erupción rojiza en el pecho, que se fue extendiendo. De regreso a Winchester, el coronel Tillet me llevó con el doctor H.I. Pifer, que me diagnosticó ringworm. Busqué en el diccionario la palabra y leí: tiña. Manifesté al coronel que eso era imposible. Me citó con otro, el Dr. John Lee Grant, que dijo que me tenía que rapar el pelo de la cabeza y aplicarme una pomada a base de mercurio.

A principios del año el profesor de literatura inglesa, el capitán J: P: Reed me había regalado un libro “Of Human Bondage” de W. Sommerset Maugham, que con un diccionario, el Funkand Waggnalls Comprehensive Dictionary de 1922, con ilustraciones (también regalo suyo) al lado lo leí. Esta novela fue la que me inclinó a decidirme por la carrera de medicina. Aún, el día de hoy, poseo el diccionario y esta novela de la editorial The Modern Library, ya bastante desvencijada. La he leído, a través de los años, por lo menos veinte veces y de cuando en cuando me dedico a su lectura con el mayor deleite.

VIII

A mediados de julio terminamos el Summer School; fuimos a Nueva York a esperar a Alfonso que llegó en el vapor Nieuw Amsterdam, buque insignia de la Holland America Line. Aprovechamos esos días para visitar la New York World’s Fair, que había abierto en el mes de abril. Fuimos dos veces. La entrada a la feria costaba 75 cents, muy caro para ese tiempo, cuando tomar el subway costaba a níkel; además había que pagar para entrar a algunos pabellones. Primero visitamos los pabellones de algunas naciones. En el centro de la exposición se levantaba una esfera y un espiral: Perispehere and Trylon, símbolos de la feria Dentro de la esfera se podía sentar uno en un anillo que se movía alrededor y abajo podía contemplarse un diorama que representaba la ciudad del futuro.

En el pabellón de la RCA vimos, por primera vez, una transmisión de televisión. Nos adentramos en varios pabellones de naciones como los de Italia, con un pedestal de gran altura que sustentaba la estatua de la diosa Roma; Inglaterra, que además contaba con otro, el del Imperio Británico. Al de la URSS, no entramos, sí al de Finlandia y otros que estaban ubicados alrededor de la Laguna de las Naciones. En el pabellón de Italia, en el segundo piso había un restaurante de lujo, pero no entramos. Comimos en uno muy amplio el Schaefer.


Al otro día, nos trasladamos en el metro -8th Avenue Subway- al área de entretenimiento: Amusement Area, por donde se podía acceder a la feria. Esta zona incluía un lago: Fountain Lake, y a su alrededor se hallaban muy variados stands recreativos; parecía más bien Coney Island. Nos subimos a la montaña rusa, roller coaster, la más gigantesca y extensa, se decía. Bajamos lívidos. Yo me prometí “un nunca más”. No nos atrevimos a caer en paracaídas desde lo alto de la “Parachute Tower”. Y una vista espectacular la proporcionaba una réplica de las cataratas de Victoria (Rodesia) con una caída de unos 50 metros de altura.

Entramos en el Aquacade, de Billy Rose. El espectáculo se presentaba en el New York State Amphiteatre, de gran capacidad que se llenaba de espectadores en cada show. Cobraban la entrada. La exhibición era de gran colorido. Al son de una orquesta desfilaban las nadadoras alrededor de la piscina -muy grande- con vestuarios muy vistosos; después la representación de un water pageant. Las estrellas eran los campeones mundiales de natación: Johnny Weismuller, muy conocido por sus películas de Tarzán, y Eleanor Holm Todo un éxito.

IX

De Nueva York nos desplazamos por tren a Miami para trasladarnos a La Habana en el ferry. Al siguiente día, me llevaron con unos doctores especialistas en dermatología. En el consultorio de la calle O’Reilly 407, altos. Los doctores Braulio Saénz y J. Castro-Palomino me diagnosticaron psoriasis y me recetaron unas pomadas para calmar el brote agudo que me afectaba. Refiriéndose al doctor de Winchester que me prescribió mercurio, uno de ellos afirmó que fue una barbaridad y que tampoco hubo necesidad que me raparan la cabeza.

El verano transcurrió como el anterior. Mucho calor. Yo iba todos los días al cine. Vi la primera película a color rodada en Inglaterra, las primeras de la serie de la familia Hardy, con Mickey Rooney y Judy Garland; las freancesas: Un carnet du bal, con numerosos artistas franceses; J’Àcusse, con Victor Francen; La kermés (kermesse) heróica, con Louis Jouvet, en inglés la titularon Carnival in Flandes; Quai des brumnes, con Jean Gabin, y otras muy divertidas protagonizadas por Sascha Guiutry.
A mis hermanos una semana no les alcanzó el dinero y quisieron fraguarme un cuento, pero no me dejé.

X

El 1 de septiembre, Alemania invadió Polonia y a los dos o tres días se iniciaba la Segunda Guerra Mundial. Era, entonces, imposible que Alfonso retornara a Bélgica. Mi padre hizo las gestiones para su ingreso en el M I T, en Cambridge, pero como no sabía inglés tenía primero que dominar el idioma. Se matriculó en una escuela preparatoria en South Baintree, cercano al Massachussets Institute of Technology.

Nosotros, Henry y yo, regresamos a la Academia militar, pero ya no a Winchester sino a Long Island en un edificio situado al borde del Océano Atlántico, entre los pueblos de Babylone y Bayshore. Había menos alumnos, supongo que el coronel Tillet perdió dinero el curso anterior con los becados jugadores del fútbol americano.


En ese lugar estuvimos estudiando en la Academia hasta las Navidades de 1939. El edificio se encontraba junto al mar -Océano Atlántico-. Éramos muy temerosos pues nos bañábamos en el agua fría (helada). A mí, una vez, me dio calambres en ambas piernas. Como sabía nadar bien me mantuve, pedí ayuda a Henry para que me sacara y después de masajes y estiramientos de las piernas me libré de los calambres, pero dolía.
El pueblo de Babylone era poco poblado y no había cines. Bayshore, más grande y con dos cines, era donde nos dirigíamos siempre, muy cercano a unos quince minutos de la Academia. Nos trasladábamos haciendo hitch-hike. A mayor distancia y aún más grande se encontraba Patchogue. Durante el invierno se me recrudeció el problema de la piel. La pomada que me habían recetado, a base de alquitrán de hulla, manchaba la ropa. Leí el anuncio de un producto “Siroil” y lo compré. No manchaba, pero tampoco noté mejoría.

Un fin de semana, Henry salió de una librería con 3 ó 4 libros, que había comprado de una nueva edición llamada Pocket Books, que por su tamaño podía guardarse en un bolsillo y su precio de 35 cents era muy accesible . Lost Horizon, de James Hilton era el primer libro de esa edición, también adquirió Five Tragedias de Shakespeare; Topper, de Thorne Smith; Wuthering Heights, de Emily Bronte, y The Good Earth, de Perl Buck. Los llevé a México en el ’42, junto con otros, y hasta hace poco “los veía” en los estantes; de pronto desaparecieron, por usar una palabra delicada, no adecuada al acto

XI
Al comienzo de las Navidades fuimos a Nueva York. Estaba nuestro padre. Conmigo, decidió que iría a México y que con mi madre y C. nos trasladáramos a Ixtapan de la Sal, para que yo tomara los baños termales que eran famosos. Henry se quedó en N. Y. Para ir a México por tren había que hacer el trayecto en dos etapas, primero Nueva York-St. Louis, cambiar de tren y seguir de St. Louis a Laredo, Tejas, allí un coche de pasajeros se enganchaba al tren de Ferrocarriles Mexicanos para el traslado a la ciudad de México. Se tardaba unos 3 días.
Casi de inmediato a mi llegada fuimos a Ixtapan. La carretera de México a Toluca era adecuada, pero la “bajada” a Ixtapan era peligrosa por la estrechez del camino y las numerosas curvas en pendiente.

En Ixtapan nos alojamos en un hotel –el único- más o menos cómodo pero rústico y desangelado. Al día siguiente tomé mi primer baño termal. En una esquina de la piscina rectangular salía el agua mineral del manantial con fuerza y a borbotones.
Era muy agradable colocarse a espaldas del manantial y sentir el agua templada tirando a caliente.

Pero permanecer esos 12 días de Navidad y Año Nuevo en ese lugar sin nada que hacer, sin con quién hablar (había poquísima gente) y sin distracciones fueron los peores días que recuerdo haber pasado y mi madre supongo que igual; Caito con 4 años ni se dio cuenta. Para colmo, las aguas no me hicieron efecto saludable alguno.
QUINTA PARTE

Enero 1940 - abril 1942
-48-
I

Para el curso de invierno “Winter Quaters”, la Academia se instaló en un edificio cercano a un pueblo pequeño –mejor dicho minúsculo- de un centenar de habitantes, De Soto City y de otro más populoso (tres mil) Sebring, por donde circulaba el tren a Miami. Lo inusitado era que De Soto City se localizaba en el condado de Highlands y no en el de De Soto.

Llegué al colegio de México por tren y autobús. No estaba Henry; inquirí pero no me contestaron; después supe que mi padre lo había enviado para acompañar al guitarrista Andrés Segovia a una corta gira de conciertos por Venezuela, Jamaica, Puerto Rico y la Dominicana. Al terminar fue a México a incorporase a la oficina de Conciertos Daniel

En el colegio había menos alumnos. Sin embargo se había agregado al staff de profesores para dar las clases de francés, a un refugiado checoeslovaco. Llegó al colegio acompañado de su mujer, ambos eran jóvenes. Cerca, a cinco minutos caminando, había un pequeño lago (Lake Jackson) y todas las tardes nos bañábamos. La mujer del profesor checo, también y algunos cadetes la molestaban con travesuras propias de la edad.

Las comidas nos la preparaba una cocinera negra, gorda y por lo tanto simpática. Todos los días con el plato fuerte de carne nos servía “sweet potatos” (batata en España, camote en México), muy ricos de color anaranjado, pero ¡todos los días! De postre, apple pie y no sé como le daba tiempo para preparar tantas tartas para tantos cadetes.

Me escribió mi padre que estaría en Miami dos días y que fuera a verlo. Abordé el tren en Sebring; durante un largo trecho el tren bordeó el lago Okeechobee, el más extenso de Florida (1,900 km cuadrados), para después seguir por la costa a West Palm Beach, Fort Lauderdale para su llegada a Miami. Me alojé en el hotel Colombus. Mi padre estaba en el Miami Ritz.
Esa noche me llevó a cenar con A.B.Marcus, el dueño de Marcus Show, que había contratado para debutar en México en julio. Ese negocio lo hacía conjuntamente con Ricardo Toledo. Mi padre, me enteré después, presentaba funciones de teatro, o de ilusionistas (Fu Manchú, Chang) en temporadas para reunir fondos y ayudarse a sostener las actividades de Conciertos Daniel. En esa cena con Marcu,s estaban también su secretaria, nativa de Sudáfrica de ascendencia japonesa, Jamada y una corista australiana, Violet Maguire.

Al día siguiente por la mañana le acompañé al aeropuerto pues salía en una gira con el violinista Jascha Heifetz por el Caribe y Suramérica. Heifetz siempre que me encontró después recordaba que me había conocido en Miami. Me salió muy bien esa ida porque me padre me regaló cincuenta dólares. También me dio una lista de los hoteles donde iba a alojarse durante la gira; Hotel Condado, San Juan, P.R.; Majestic, Caracas; Pisacadera Bay Club, Curaçao; Queen´s Park, Kingston; Gran Hotel, Recife; Gloria, Río de Janeiro; Explanada, Sao Paulo y en Buenos Aires la dirección de la oficina: Lavalle 477. Después de despedirme y dar un paseo regresé al hotel. Reparé que en un cine cercano se exhibía la película Gone With The Wind (Lo que el viento se llevó) en función de medianoche. Salí cerca de las cuatro de la madrugada.

Retorné al colegio por tren.


A fines de marzo se anunció que las clases concluirían el 19 de abril. Terminarían un mes y días antes de lo normal. Parece que el coronel Tillet ya no disponía de fondos y clausuraría definitivamente el colegio. ¿Qué hacer hasta junio cuando debía llegar a México? Escribí, a ver si “pegaba”, que podría efectuar durante mayo un viaje por el Oeste -California- si me enviaban una orden de pago por cuatrocientos dólares. La argucia causó efecto, dio resultado y me enviaron cincuenta dólares demás de los que pedí. (Hace `poco revisando los archivos -ya he comentado que mi padre guardaba todo- encontré esa carta. Me horroricé por la forma como la escribí; con vulgarismo usé el verbo coger veinte veces-

Al final del curso recibí el posgraduado. Me despedí de maestros y amigos que ya no volvería a ver. Silva iría ese verano con sus padres a Honolulu. Me pidió que fuera a visitarlo ya que yo estaría en San Francisco; el trayecto por barco costaba poco pues se conseguía precios especiales para estudiantes. Me escribió en mi libreta su dirección: 2695 Pamoa Rd. Hice el equipaje, salí a Sebring pero llegué tarde para subir al tren. Fui al cine y pernocté esa noche en el hotel. Al día siguiente partí para Miami. Estuve varios días. Comía en restaurantes que se servía uno (Self Service) abundante y muy barato, siempre junto con un postre y una leche malteada.


Pasé por una tienda departamental y en el escaparate había expuesto variedad de trajes de hombre, uno me llamó la atención por su color; no era verde, ni azulado, sino de un tono que me agradó sobremanera. Como era de esperar incluían mi talla, y solo hubo que ajustar el largo de las piernas. Me costó $17.99 dls. Yo que -así me lo han asegurado- soy conservador en el vestir, mis trajes son siempre marrones, grises o azul marino, salí de la tienda contento con mi traje verdioso. Admito que fue mi mejor compra.
III
Después de consultar los itinerarios de trenes, decidí viajar de Miami a Chicago y de allí a Los Ángeles. Atravesaría los EEUU de sur a norte y del centro al oeste. Compré una cama baja del Pullman Sleeping Car. El trayecto que seguía el tren era: Jacksonville, Montgomery, Birmingham, Nashville, Louisville, Indianápolis a Chicago.

Al pasar por Birmingham, el tren paró momentáneamente en la vía para dejar el paso a un tren de mercancías que se dirigía al sur. Estábamos en las afueras de la ciudad, lo que se llamaba “Slums” (A low, filthy quarter of a city or town, así lo define el diccionario). Nunca me hubiera imaginado tanta pobreza y miseria de esa parte habitada por los negros, menos que en un país tan próspero hubiese tanta escasez de medios para ese sector de la población.

Al terminar de cenar en el coche restaurante, a dormir. Durante el día se acomoda uno en mullidos y confortables asientos, pero al caer la tarde -mientras se cena- el Porter trueca los asientos en cómodas camas, altas y bajas separadas del pasillo mediante cortinas.
RECUERDOS DE LA ACADEMIA MILITAR S. V. A.



Para las comidas teníamos que estar sentados muy derechos y llevar perpendicularmente los alimentos a la boca, al estilo militar.


A.W.O.L. Absent without oficial leave, traducido a “ausente sin permiso oficial”, era castigado con demerits. Henry y yo nunca salimos sin permiso
.

Muy al principio me ocurrió algo gracioso, pues no siempre es aconsejable cambiar un sustantivo español y modificarlo a un verbo en inglés. Al resfriado en España se le llama constiparse. Bien, me constipé y fui a la enfermería. –I am constipated- dije; me dieron dos píldoras. Al día siguiente seguía constipado, pero fastidiado del intestino.


Nos trasladamos un sábado a Harpers Ferry, en el estado del Oeste de Virginia. Era un pueblo muy chico, famoso por una batalla que tuvo lugar durante la guerra de civil americana, ubicado en la confluencia de los ríos Shenandoah y Potomac. Lo inusual era que en un sitio preciso nos colocamos en la convergencia de los estados de West Virginia, Virginia y Maryland.


Teníamos varios amigos pero con quienes salíamos más eran con Silva y Jack Winslow, de Salem, North Carolina.


Para trasladarnos a otras partes hacíamos Hitch-hike. Esta palabra no tiene equivalente literal en español. Según el diccionario inglés-español de J. Martínez Amador lo traduce como: “viajar mendigando un puesto en los automóviles que pasan”. ¿Mendigar? Yo no lo diría así, más bien solicitar, pedir.


En los pueblos, no se cerraban las puertas de entrada a las casas; dejaban las llaves del motor puestas en los automóviles. Una vez, en Nueva York, quise comprar un periódico en un puesto (quiosco), no había nadie atendiéndolo, una persona que pasaba me dijo que dejara el dinero -3 cents- y tomara el periódico. Era una época que todo el mundo ayudaba a uno. Todo cambió después de la Segunda Guerra Mundial.


La Academia tenía un himno que cantábamos cuando marchábamos militarmente. Solamente recuerdo que se in iniciaba con S.V.A., siglas de la Academia : ES VI EI.



IV

A media tarde del día siguiente, el 1 de mayo, llegué a Chicago; estaba nevando. ¡En plena primavera! Había resuelto hospedarme en los mejores hoteles, pues en esa época se conseguían habitaciones por $2.50dls. Estuve en el Hotel Sherman, muy grande -1,700 cuartos-. Ocupaba el hotel toda una manzana (cuadra) entre las calles de Clarck, Lake, La Salle y Randolph.
Poco paseé por la ciudad porque el tiempo estaba revuelto, mucho viento y frío. Por eso Chicago es conocido como The Windy City. Escribí una carta a casa para dar noticia que había llegado bien y la deposité en el Post Office, a la vuelta del hotel.

Llevaba en mi maleta una pequeña plancha. Una noche quise planchar unos pantalones y conecté el cable a la toma de corriente de la pared. Provoqué un cortocircuito no solo en mi cuarto, sino en otras habitaciones del piso. Llamé por teléfono a la recepción que me había quedado sin luz y subió un técnico que arregló la avería enseguida, y si adivinó que yo la originé, no me dijo nada.

Compré el ticket para el viaje a Los Ángeles en las oficinas de South Pacific Railroad (77 East Jackson Blvd.), una cama baja del Pullman. Me enteré que si interrumpía el viaje en un pueblo de Nevada llamado Las Vegas, podía visitar, por su cercanías, el Boulder Dam, y el Zion National Park

El entrar a la estación de ferrocarril de la Chicago Union Station por la calle Canal Str
impresiona la construcción monumental de la Terminal. Se accede a un espacioso salón de espera, Great Hall, con varias bancas largas de madera. Mientras esperaba la salida me senté para admirar la arquitectura del amplio Hall, los pisos de mármol, las columnas, estatuas y el techo encristalado. Era una monumental estación por la que -se decía- transitaban diariamente cien mil pasajeros

Las Vegas era un pequeño pueblo (el crecimiento y en lo que se ha convertido ahora comenzaría a partir de 1941). En el estado de Nevada, el lugar más importante era Reno, famoso por los divorcios al vapor que se otorgaban al cabo de dos semanas de residencia, y por sus muchos casinos. En la estación del tren de Las Vegas había varias máquinas “tragamondas”, señal anticipada del futuro, y también las encontré en el hotel donde me hospedé, el Sal Sagev (Las Vegas, al revés). Tomé la excursión para visitar Boulder Dam (también conocido como Hoover Dam), a 45 km, una espectacular presa construida a los lados del Black Canyon que retiene las aguas del río Colorado que forman el Lake Mead Los turistas podían pasear por la parte superior de la presa y la vista hacia abajo era espectacular por los torrentes de agua que salen de las compuertas. Se podía visitar el interior donde se colocaron las enormes turbinas.

En una lancha de motor bordeamos parte del lago Mead. De un folleto que nos dio el guía saqué algunas estadísticas. La presa mide 220 metros de altura por 379 metros de largo y el Lago Mead que se halla detrás de la presa mide 180 km a su punto mas extremo.



V

También en una excursión fui al parque Zion Nacional Park, que es como el Gran Cañón del Colorado, pero en pequeño. Se aprecian mesetas y rocas multicolores y por el fondo del desfiladero corre el río Virginia River. También se observan vestigios de ruinas de colonias indias antiguas. A los turistas nos conducían por extensos desfiladeros estrechos. Nos señalaron el monolito más conocido el Great White Throne, por su semejanza a un trono, de 730 metros de altura. Muy interesante esa visita.

Me subí al tren que venía de Chicago en dirección a Los Ángeles [Debe ser dicho, que antes de llegar a Las Vegas observé mi primer -y único- mirage (espejismo); miré a través de la ventana, vi, creí ver, agua por todas partes. Conforme se acercaba el tren desaparecía esa imagen. Después, si bordeó el tren parte del enorme Lago Salado antes de pasar por Salt Lake City ]

En frente de mí estaba sentado un muchacho que venía desde Nueva York. Al rato de conversar me sugirió que ya que los dos íbamos a Los Ángeles si podíamos juntarnos. Le respondí “que claro”. Pero, poco después me indicó que si no me importaba, porque era judío. Esta pregunta, me extrañó de sobremanera, pues nunca antes había conocido dilemas de razas. Después de la Segunda Guerra Mundial, claro está que supe de los campos de concentración y de los padecimientos de judíos, gitanos…Pero que en 1940, y en Estados Unidos hubiese tirantez, no me lo imaginaba. Años mas tarde, de ello me enteré cuando leí una novela A Gentleman`s Agrremente, de Laura Hobson, que se llevó al cine protagonizada por Gregory Peck y John Garfield. (Trataba de un periodista que se hizo pasar por judío y lo que afrentó en lugares del nordeste de EUA. Los hoteles muy exclusivos le negaron alojamiento; idéntico en restaurantes, no lo admitían y sus amistades se apartaron de él)..

En Los Ángeles tomé varios tours. Uno recorría parte de Hollywood y Beverly Hills y nos mostraban casas o villas de los artistas de cine famosos y uno como bobo mirando a través de la ventanilla y tener que escuchar las exclamaciones de las señoras del grupo. En otro tour visitamos algún estudio, el de MGM o Universal Pictures, no recuerdo cuál. La misma historia, ver moles de edificios y oír las explicaciones del guía: aquí se rodó tal película, allá esa otra. ¡Muy edificante!

Pero antes, al día siguiente de mi llegada a Los Ángeles, recibí una llamada sorpresiva¸ me telefoneó el señor Edgard Perkins (Hotel Figueroa) y me invitó esa noche a un teatro. Fui, y me presenté con él. Con seguridad creyó que había invitado a mi padre -tal vez se llevó una decepción-. ¿Cómo se había enterado de mi llegada? Lo había leído en el periódico. Parece que por entonces los periódicos publicaban la llegada de algunos de los pasajeros que arribaban a la ciudad ¡Qué importante me sentí!.

En el teatro se representaba una función de Show Boat y el papel principal lo actuaba: John Boles, que había tenido mucha fama por sus películas. No recuerdo los otros artistas del reparto. Años más tarde compré un laser disc de la primera película que se filmó de esta obra que la interpretaban: Irene Dunn, Allan Jones y Paul Robeson que cantaba un excepcional “Ol’ Man River”. Después recuerdo haber visto en el cine una reprise con Ava Gardner, Katleen Grayson y Howard Keel.
José Iturbi vivía por entonces en Beverly Hills; mi padre me había pedido que lo llamara (Malibu 7022). Muy cordial, y me invitó para comer al día siguiente. Fui al restaurante que me había especificado, era famoso y llamativo por su construcción en forma de sombrero hongo. Llegué puntual a la 1 pm y estuve en la calle, cerca de la puerta, esperándole hasta las 2:30pm. No llegó, y como era un lugar caro, no entré. Al día siguiente me explicó que él también me había esperado y que la confusión posiblemente se debía a que había dos restaurantes con el mismo nombre en diferentes sitios de la ciudad.
Una excursión que disfruté mucho fue la de la isla Santa Catalina. Había dos modos de acceder a la isla, por barco o por hidroavión. Claro, me decidí por este transporte. El vuelo duró poco tiempo ya que la isla se encuentra a unos 40 km de la costa californiana. El hidro acuatizó junto al pequeño puerto de la única ciudad de la isla, Avalon. Al llegar observamos el edificio que se llamaba Casino, pero no era lugar para juegos de azar; en sus instalaciones albergaban un cine, un gran salón de baile y un museo.

Nos embarcaron en un yate con la singularidad que el calado era de cristal para poder avistar el fondo del mar. Peces de todos los colores, arrecifes, corales, se podían contemplar con gran claridad por la transparencia del agua. A mediodía comimos en el restaurante del hotel St. Catherine y después de un paseo por el poblado retornamos a Los Ángeles

En un cine se exhibía una película italiana protagonizada por el tenor Tito Schipa; no era el prototipo del lover hollywoodense, más bien bajo y regordete. Cantaba de maravilla interpretando arias de ópera, y canciones napolitanas; recuerdo una, muy particularmente, “Voglio vivere cosi”.

Una tarde pasé por una tienda de juguetes Unique Novelty (112 East 7th St.) y compré uno para llevárselo a Caito.

Tengo anotado que asistí a una función de la opereta, The Red Mill, protagonizadas por Dorothy Stone, en el papel de Tina, Dorothy Harpster, como Gretchen y Stanley Holloway, como Kid Con. Pero no tengo ningún recuerdo de ello.

Fui al Consulado Mexicano (129 W. Second St) con la intención de obtener el visado, pero por el poco tiempo que quedaba me recomendaron que lo hiciera en San Francisco.

En la estación de Union Pacific Terminal de Los Ángeles compré el billete, un asiento de coach, para el trayecto diurno a San Francisco. Al llegar me alojé en el Hotel Empire (McAllister and Leavenworth). Aunque mi ida a San Francisco era primordialmente para visitar el Golden Gate Exposition, excursioné a varios lugares de esta sugestiva ciudad. Inicialmente decidí no embarcar a Honolulu porque no me hubiese alcanzado el dinero. Y menos mal, pues después supe que Silva no había vacacionado con sus padres, si no que se había quedado en Fort Warden, del estado de Washington, en casa de unos tíos suyos

Tomé los tours obligados por la ciudad para visitar los sitios más interesantes como el Fisherman’s Wharf, famoso por sus restaurantes y donde comí una vez; el Golden Brida, el impresionante puente colgante rojo con el arco más ancho de la época; divisar de lejos, o mejor vislumbrar, porque había niebla, la isla de Alcatraz, famoso presidio de peligrosos delincuentes, Al Capone, entre ellos; pasar por delante del edificio de la Ópera; el barrio chino (Chinatown); las calles empinadas. En las afueras de la ciudad estuve en un acuario y en la terraza del mismo, por medio de prismáticos se podían observan en la costa oleadas fuertes y en las rocas y peñascos focas y leones marinos; la brisa del mar me azotaba la cara.
En el Consulado Mexicano (461 Market St, near 1st St.) me otorgaron la visa de turista para mi ida a México.

Fui una o dos veces a la exposición, que estaba situada en una isla man-made, (hecha a propósito), que después se llamó Isla del Tesoro, en la bahía. Extraño, pero mis recuerdos son muy vagos, solamente retengo el espectáculo acuático con Johnny Weismuller y una joven nadadora, Esther Williams, que años más tarde sería famosa por sus películas.

En un teatro se anunciaba a Maurice Evans, el ilustre intérprete shakesperiano, que protagonizaba el drama Richard II. Fui, muy ilusionado. Había poca gente en el teatro. Me di cuenta que no estaba preparado para asimilar semejante tragedia. Me salí durante el segundo acto. No fui el único.

De San Francisco regresé a Los Ángeles para subirme a otro tren en dirección a San Antonio. En el mismo coche el tren viajaba una agraciada muchacha, rubita de ojos grises. Al saber que yo era español, me dijo, con cierto orgullo, que ella descendía de una vieja familia española. Vivía en Laredo ( Grant # 1111), pero se quedaría unos días en San Antonio. Yo tomé una habitación en el Hotel Hamilton. Al día siguiente, Virginia me condujo por los sitios principales de la ciudad que me pareció muy pulcra y grata.
Y ahí finalizó mi excursión vacacional por los Estados Unidos. Como anécdota mencionaré que terminé el viaje con un sobrante de $45 dlls., prueba que en ese tiempo los dólares se alargaban.

VII

Al llegar a México, al dpto. de la calle López 34, encontré que estaban mi madre, Caito y Henry, que ya se ocupaba de los conciertos. Permanecí en México durante ese verano.
El departamento era pequeño. Al acceder por la puerta de entrada a la derecha encontrábase un pequeño cuarto, que el arquitecto que construyó el edificio tuvo la ocurrencia de llamarlo comedor, aunque no hubiera cabido una mesa; a la izquierda la cocina, enfrente el salón con sofás y una mesa al centro. Era sala de estar y comedor. Un pasillo conectaba a los otros cuartos, a la derecha el baño, a la izquierda la mencionada cocina, al fondo dos alcobas, en una con dos camas dormíamos Henry y yo, la otra, más grande, dormitorio de nuestros padres y Caito. En un corto y estrecho pasillo, al fondo, estaba instalado el teléfono.

Conocí a la persona que se encargaba de tramitar en la Secretaría de Gobernación, los visados para los artistas. Su nombre era Jesús Sánchez pero le llamaban “Chucho”, sobrenombre, o más bien mote, de Jesús. Me hizo gracia, porque me recordó que en Calpe cuando querían apartar al perro de la casa, decían “chucho al carrer” o, ¿sería chicho al carrer?

Manuel Santander se encontraba en México. Su mujer Elsa también. Eran dueños de la Joyería Elsa, de la avenida 5 de Mayo. Parecía que hacían buen negocio comprando barato las joyas de los refugiados españoles. A veces, nos invitaban a comer en el restaurante Prendes, de la calle Madero. Algo que no me gustó: a Henry le vendió, no regaló, una rasuradora eléctrica que no servía y Henry se aguantó, en vez de reclamarle.

De enero a mayo, Conciertos Daniel había presentado muchos conciertos, pero durante el verano, en junio, solamente auspició a dos artistas: el pianista catalán, Alejandro Vilalta, y a Jascha Heifetz; los conciertos tuvieron lugar en el Palacio de Bellas Artes, aunque el último recital de Heifetz lo fue en un cine de gran capacidad, el Palacio Chino. Yo asistí, y ayudé algo a Henry, en el segundo recital de Vilalta, y en los dos de Heifetz. Claro, mi padre había llegado a México con Heifetz.

Presencié algunas manifestaciones callejeras antes de la elección presidencial. Una vez, en la avenida Juárez, frente a Bellas Artes, la policía montada arremetió contra los simpatizantes del general Henríquez, candidato opositor al gobierno. Yo me tuve que refugiar en la librería Misrachi. Las elecciones las ganó el general Manuel Ávila Camacho, que después de Lázaro Cárdenas, fungió como presidente durante seis años, desde el 1 de diciembre de 1940.

Como reloj, durante la temporada de lluvías, éstas comenzaban a las cinco de la tarde, por lo general chaparrones, pero cuando llovía tormentoso se inundaban algunas calles de la ciudad. En López se colocaban unos tablones en alto para que pudieran las personas acceder a los edificios.
En una ciudad tan populosa como México era inaudito que hubiere 2 sistemas de telefonía: Ericsson y Mexicana. Los que teníamos Ericsson, que era el mayor número de abonados, no podíamos comunicarnos con las personas que poseían el sistema de Mexicana, lo que provocaba cierta incomunicación. Estas dos compañías se fusionaron años más tarde al ser adquiridas por el gobierno.

A principios de julio se presentaba en Bellas Artes el “Marcus Show”; las funciones eran diarias, dobles los jueves, sábados y domingos. Yo asistí varias veces a este espectáculo: Internacional Revue, muy variado de bailes, y desfiles con mujeres ligeras de ropa. Henry se encargaba de hacer las liquidaciones con los taquilleros del teatro, pero el viejo Marcus siempre estaba presente.

[Mi padre había regalado mis hermanos mayores y a mí unas cámaras fotográficas, Contax III con el exposímetro montado, de lo mejor de la época. Yo no era muy aficionado a la fotografía pero tomé algunas fotos ese verano. Aún conservo la cámara.]

No estuvo mucho tiempo mi padre en México, pero arregló con Richardson, de La Habana que me inscribiera en un “college”. Pidió uno pequeño en algún lugar de Virginia y me enroló en el Bridgewater College. Tenía que adquirir un nuevo pasaporte en La Habana, y hacía allí me dirigí

VIII

Salí de la ciudad de México hacia Veracruz en un tren diurno. Llegué con la novedad que no había luz y, para colmo, una huelga de maleteros. Conseguí, mediante elevada propina, que me llevaran el equipaje al puerto para embarcar en el vapor “Monterrey”, de la Ward Line, que efectuaba la travesía de Veracruz a Nueva York con escala en La Habana. Debí salir de Veracruz el 5 de septiembre, pues el 6 el doctor del barco me vacunó contra la viruela.

Llegué a La Habana y me hospedé en casa de la abuela. El pasaporte, después de muchos trámites, lo obtuve el 25, y súbito me presenté en el consulado americano; pero tuve dificultades pues parecía que me consideraban español. Presenté una carta del colegio confirmando que estaba inscrito para el curso que comenzaba el 27, pero pasaban los días y las semanas y solo obtenía largas por parte del consulado.

Mientras, Henry había llegado a La Habana con la compañía Marcus Show. Yo seguía en espera de la decisión del consulado. Estaba algo desesperado. En esto, me vino la ayuda de tío Poncho, me consiguió cuatro ejemplares de mi acta de nacimiento transcrita de la Embajada de Cuba en Madrid. Mi padre nos había naturalizados cubanos desde nuestro nacimiento. La presenté en el consulado americano; “esto cambia todo”, me dijeron. A los dos o tres días –el 26 de octubre- me otorgaron el visado. Había perdido un mes de clases.

IX

Al día siguiente salí a Miami. En Migración dije que pensaba, durante el verano, continuar mis estudios y me otorgaron un visado para dos años. Tomé un autobús a Washington y de allí, otro a Bridgewater. Me presenté con el Registrar, Mr. Everett Shober que me asignó las asignaturas a estudiar durante el primer año. Mis maestros tenían títulos de M.A., o M.S., (Masters of Arts, or Science)
,
Rudolph Gluck, enseñaba matemáticas y física; Frederick Kirchner, química; Lucile Long, inglés; Jerry M. Henry, historia. El año escolar se dividía en “quaters”, y a diferencia de la enseñanza de España, se conferían créditos (credits) y al sumarse éstos, no importando el tiempo para adquirirlos, se obtenía el título de B.A. (Bachelor in Arts) o B.S. (Bachelor in Science).

En el college -de enseñanza de coeducación- durante ese periodo escolar 1940-’41, había unos 250 alumnos, Los del primer año –Freshmen- éramos 94; co-eds eran 43 y hombres 50. El college se ubicaba en el valle de Shenndoah, junto al pueblo del mismo patronímico y cercano a un puente que cruzaba un río, de ahí el nombre. Constaba el college de varios edificios para las clases, dormitorios separados para hombres, mujeres y profesores. En el más grande, Cole Hall, la planta alta estaba destinada al dormitorio de mujeres, y en la planta baja se hallaba el amplio comedor con más de 30 grandes mesas redondas, para sentar a 8 personas cada una. También había una capilla -chapel-, pues algunos alumnos estudiaban para clérigos (student ministers), 23, todos hombres. El colegio fundado en 1880 era el más antiguo (privado) del estado de Virginia con el sistema de coeducación.

Había dos cubanos, matriculados, como yo, en el primer año –Freshmen-. Uno originario de La Habana, Mario Portela, y otro de Camagüey, Antonio Caso Montalvo que no estudiaba y poco asistía a clases, se la pasaba fumando. No le dijeron nada ni le reprendieron, pero después de las vacaciones de Navidad ya no volvió. Lo habían despedido.

Las clases se daban en “rooms”(aulas) numeradas por las mañanas. Exceptuando la de química, por la tarde, después de la comida. Esta clase de química no era oral como la enseñaban en el bachillerato español, sino de práctica. En un gran salón se hallaban numerosas mesas de trabajo con los recipientes y productos químicos para realizar los experimentos que nos señalaba el profesor. Cada mesa de trabajo era para dos alumnos. A mí ne me gustaba mucho porque me manchaba las manos pero, ¡qué distinto aquel ambiente del que conocí en Villafranca¡ Como dicho, por las mañanas iba uno a clases; y las tardes estaban dedicadas a los deportes: baseball, tenis, baloncesto, cross country, etc., y al estudio.

Al principio, los dos o tres primeros meses me asignaron una habitación con un alumno mayor, debía tener unos 25 años (viejo para nosotros de 18); se llamaba Leon Garber y era estudiante de tercer año -Junior-. No me adapté nada bien con él, ante todo porque quería tener la ventana del dormitorio cerrada todo el tiempo, y por las noches yo prefería que estuviera abierta a mitad. Así que era como un match, él cerraba, yo abría.

En cada piso había cuartos amplios de baño con lavabos y W.C., pero las duchas se localizaban en el sótano y solamente ponían el agua caliente por las tardes, razonando que los alumnos se duchasen después de los ejercicios físicos. Yo como tenía que lavarme el cuerpo después de la aplicación de la pomada la noche anterior, me levantaba muy temprano, a las seis o seis y media, y bajaba a ducharme con agua fría, así nevara o con mucho frío en invierno, pero me acostumbré. Desde luego se supo y tal vez se pensaría que estaba “nuts”

Las clases comenzaban a las 9 a.m., y por lo general se tomaban en días alternados o bien los lunes, miércoles y viernes o los martes jueves y sábados. Antes, desayunábamos, siempre cereal (avena) con leche, y café. Algún amigo me dijo que en el café ponían una sustancia para que no nos entusiasmásemos con las muchachas. Podía ser cierto o invento. Nos servían las comidas alumnas que estaban becadas y pagaban parte de la colegiatura con faenas.

Por lo general, alumnos y alumnas formaban grupos aparte. Yo, al principio, me sentí, no sé si la palabra correcta sería “incómodo”, por lo menos “raro”, pues nunca estudié en un colegio mixto; pero a todo se acostumbra uno.
En la clase de seniors había dos parejas que eran novios. Por otra parte, cosa anormal para mí:
dos chicos, de la clase de sophomores, circulaban siempre abrazados o cogidos por la cintura. Mencioné a Portela si serían maricas y riendo me replicó, claro, son …, y soltó el superlativo, que en España en su tiempo era una palabra malsonante; pero después me enteré que en las Américas es muy común que las “suelten”, aun las mujeres. Nunca he podido acostumbrarme a oirla.

Yo compartía pupitre en las clases de química y matemáticas con una joven muy agradable y agraciada, Evelyn Roberts (Harrington, Deleware) Al principio me sentía tímido, pero ella me conversaba y pronto lo consideré natural. Y hablando de chicas, el porcentaje más alto era de feitas. La “belle” de nuestra clase se llamaba Hazel Wright, de Roanoke, Virginia

En esa época aún se observaba una segregación total de negros (ahora se les llama afroamericans). En los autobuses de línea, como la Greyhound, los asientos traseros se reservaban a ellos, los servicios sanitarios igualmente eran para “colored” y para “whites”. Me chocaba que un alumno de mi clase, George Anderson, originario de Florida, hiciese alarde. Si encontraba en su camino a una negra, le gritaba que se apartara, y siempre mascullando contra los niggers. Una vez, Portela y yo nos pusimos a cada lado de una señora negra para impedir que Anderson que venía de frente la desviara. Posiblemente pensó que éramos “negro lovers”, pero no nos importó

El colegio no permitía que se tuvieran radios en las habitaciones, yo sí la tuve. Si se dio cuenta el Dean, no lo sé, pero nunca se me dijo nada al respecto. En el salón de lectura, localizado en la planta baja, sí había una radio. Me asombraba que a los americanos les interesara más leer los “comics” de los periódicos que las noticias.

Por el otoño, la temperatura bajaba y el cielo permanecía siempre cubierto; las nevadas caían copiosamente, a veces por diciembre, pero eran más abundantes en el invierno. No se vislumbraba el sol hasta la primavera.

XI

Durante Navidades y Año Nuevo los alumnos iban a sus pueblos para pasar las fiestas con sus familias. Portela y Caso partieron a Cuba, yo a Nueva York. Allá se encontraba mi padre y compartí cuarto con él. Estuvimos en el hotel Essex House (160 Park Avenue South). Era uno de los mejores hoteles, suntuoso, con cuarenta y tantos en pisos. En la azotea se hallaba un gran letrero luminoso con el nombre del hotel. Años más tarde, Andrés Segovia relataba una de sus tantas anécdotas: que él nunca se hospedaría en ese hotel, porque si fallaba la electricidad y se hubiesen apagado las dos primeras letras, sus amigos hubieran pensado que se alojaba en un Sex House.

Esas navidades acompañaba a mi padre a todas partes, así que ir al cine, ni hablar. Fuimos a muchos conciertos. Una vez subimos al tren para ir a Rochester, pues José Iturbi dirigía la orquesta de la que era titular. Por cierto, a las afueras del teatro se encontraban unos manifestantes con pancartas aludiendo a Iturbi como franquista y por lo tanto fascista. Muy lejos de la verdad, pero en aquellos días alguien con pasaporte español –ipso facto- era fascista.

X

A principios de noviembre los alumnos de las clases superiores organizaron la novatada a los del primer año, Freshmen, yo me “salvé”, no me molestaron, menos mal, pues a todos los demás, los cubanos incluidos, los dejaron a 1 km de distancia del colegio en paños menores y emplumados. No creo que a las chicas les hicieron algo similar.

Los sábados y domingos me trasladaba a Harrisonburg, pueblo cercano más grande, de unos ocho mi habitantes. Me acompañaban Portela, y dos amigos norteamericanos de nuestra clase: Ernest Spitzer y Homer Kline. A veces durante el otoño se nos unía Montalvo, pero éste era un chico raro, por lo general apartado y siempre fumando. Después del cine solíamos ir a algún drugstore a tomar malteadas o muy pocas veces, a beber una cerveza. No teníamos ningún problema con el transporte. Hacíamos hitch hike, coche que pasaba, paraba para recogernos.

Como comenzaba el frío compré por encargo postal a la tienda Montgomery Ward una chamarra de color vino que en la espalda portaba la imagen de un águila (el símbolo del colegio: The Eagles) y las letras Bridgwater College, un poco cursi, tal vez, pero es lo que se estilaba. Y me abrigaba bien.

Una vez supimos que actuaría, en un colegio cercano, la banda-orquesta de Tommy Dorsey, con Frank Sinatra, que ya por entonces tenía fama. Estas orquestas-bandas efectuaban un circuito de actuaciones por teatros, universidades y colegios. Esa actuación-baile se efectuaba en el hall del Lynchburg College. Nos agenciamos un coche y fuimos Spitzer, Kline, Portela, yo y otros dos. Pedimos el permiso para llegar más tarde ese sábado, pues a medianoche –a las 12- se cerraban las puertas del los dormitorios.

Era la primera vez que asistía a un concierto-baile con una banda de jazz. Tommy Dorsey dirigía y tocaba el trombón, una joven, Jo Stafford era la vocalista femenina y Frank Sinatra la estrella. Las chicas, cuando cantaba Sinatra, se volvía locas, gritaban, chillaban, pataleaban.

En vista que no coincidía con mi compañero de cuarto, Garber, pedí al Dean, Prof. Charles C. Wright que me cambiara a otra habitación. Accedió y me colocó con Ernest Spitzer, con quien me llevé muy bien.

No quise pertenecer a alguna de esas letras griegas llamadas fraternities (Alpha Psi Omega o Tau Kappa Alpha); no me llamaba la atención.

Se practicaban mucho los deportes y el colegio competía con otros colegios y universidades en basquetball, baseball, tenis o track. En este último la competición más famosa era la de Mason-Dixon Conference y en mayo la ganó un alumno de tercero –Junior-, Hunter McQuain. En tenis, el jugador estrella del equipo era Mario Portela, a pesar de que sufría de asma. Por supuesto, no faltaban las cheer leaders, cuatro mujeres y tres hombres para animar a los equipos. También contaba el colegio con un Gee Club (coro de cantantes), un Curtain Club, para aficionados a la actuación teatral y una pequeña orquesta de 20 músicos.

Un día a la semana, los jueves, en la comida repartían leche en grandes jarras. Se podía tomar en cantidades ilimitadas. Las más veces se creaba una especie de campeonato, de quien tomaba más vasos. El ganador era siempre Caso Montalvo que podía beber 9 o 10 vasos seguidos, Portela paraba en el octavo, yo en el cuarto. Los americanos los miraban con una mezcla de sorpresa y extrañeza.


Otra tarde fuimos a Brooklyn a escuchar a un dúo de pianistas (¿Vronski y Babin?). Un largo viaje por subway; tuvimos que salir de la sala antes de que terminara el concierto para no perder el último tren a Manhattan.

Nos invitaron a una audición de cantantes organizada para el director George Szell. Éste se sentó junto a nosotros y me llamó la atención lo solicito que estuvo con mi padre, cambiando opiniones y preguntándole si deseaba escuchar alguna otra aria a tal cantante. Por cierto, uno de los concursantes, un joven con voz potente cantó algunas arias, pero todos estuvieron de acuerdo de que no estaba aún preparado. Años más tarde, al salir de un cine, mi padre me preguntó: ¿Recuerdas que el protagonista de esta película estaba en la audición de Nueva York? Era Mario Lanza.

XII

Durante el periodo vacacional de primavera, volví a Nueva York (Great Northern Hotel). Me encontré con mi primo Alfonso (Ildefonso) que estudiaba en The Peddie School, de Hightstown, N.J., y a quien no conocía por no haber coincidido durante los veranos en La Habana. Fuimos a comer y después al teatro Barrymore (243 W. 47th St.) para presenciar la obra musical “Pal Joey” que protagonizaban Gene Kelly y Vivienne Segal. En el chorus line, bailaba Van Johnson. ¿Por qué lo recuerdo? En uno de los bailables, con sus enormes brazos oprimió el pecho de la estrella. La Segal le lanzó furibundas miradas, que las percatamos los que estábamos sentados en las primeras filas. Además, Van Johnson destacaba por su corpulencia. Era lo que se llamaba un grandulón, pero bailaba bien. Después, Van Johnson protagonizó muchas películas como galán joven Gene Kelly también en Hollywood participó en películas como bailarín. Al terminar la función, Alfonso y yo nos separamos y no lo volví a ver hasta años después en México, en compañía de su padre.

También entré al teatro Winter Garden (Broadway entre las calles 50 y 51). Daban una obra llamada Hellzapoppin, que estaba en cartelera con el record -de entonces- de funciones seguidas. Era una loca comedia musical con “gags y slapsticks” (chistes, morcillas, locuciones descaradas) protagonizada por dos cómicos de vodevil: Olsen y Johnson, artífices de todo el trama.

En otra ocasión, fui al Radio City Music Hall (6ª. avenida) para ver la película The Philadelphia Story, con Cary Grant, Catherine Hepburn y James Stewart. Comenzaban las funciones a las 10:30 am. Llegué como a las once, once y media y me encontré con una “cola” que daba la vuelta al edificio. Pensé que sería más o menos rápido y esperé. Al rato, detrás de mí llegaron muchas más personas. Pasaron las horas y casi estábamos inmovilizados; como a las siete de la noche llegué a las taquillas a comprar la entrada, para encontrarme alrededor del espacioso hall del cine con dos filas de espera. Me senté, hecho polvo, hacia las nueve de la noche. Nunca me había ocurrido algo semejante, pero aguanté.
Al día siguiente visité a Michael Rainer. Mi padre, el año anterior había alquilado una oficina en Rockefeller Center, suite 3507 y nombrado a Michael como su representante. Le conté mi “historia” del día anterior. Se rió y me dijo que para otra vez fuera al sótano donde se encontraba una taquilla especial para negros, que casi siempre estaba vacía, que los sentaban en un lugar especial. ¡Pero que importaba!




XIII
Las clases finalizaron a mediados de mayo. Había proyectado quedarme durante el verano estudiando y no ir a México. Aunque el Bridgewater College ofrecía un curso de verano, preferí cambiar y me matriculé en el Madison College, de Harrisonburg, un colegio para señoritas pero que durante el verano se admitían a hombres. Muy pocos éramos, cinco en total; un señor, digo señor pues tendría cerca de los 30 años y que necesitaba unos credits para graduarse como M.A., y 3 muchachos de mi edad. El Madison College era mucho más grande que el de Bridgewater. En el curso normal de invierno estudiaban unas 1,500 mujeres. Durante el verano había unas 150 alumnas. A nosotros nos albergaron fuera del campus del colegio en una casa alquilada a propósito. Las clases y las comidas las hacíamos en los edificios del college. La primera vez que fuimos al comedor, muy espacioso, las chicas nos recibieron con silbidos. No lo esperaba, creo que yo me puse colorado, pero después todo fue normal. Nos atendía en una mesa aparte, una alumna llamada Sally Martin, pelirroja, guapita y modosita, de un pueblo cercano, Kents Store. Al final, entre todos, le regalamos un reloj.

Me enrolé para estudiar varias materias; física, matemáticas y lengua inglesa, y así obtuve credits extras. Estudiaban en el colegio durante ese verano dos chicas de Puerto Rico, muy feitas, que hablaban un español con un vocabulario alarmante. Casi no las entendía, las erres las convertían en eles. Hablé con ellas una vez, pero después nos esquivamos mutuamente; ellas, tal vez, me consideraron orgulloso. Una amiga de ese curso se llamaba Betty Claugherty, de Timberville, Va. Muy simpática.
[Conservaba un folleto con fotos del Madison College y datos de los cursos que se podían asistir durante el verano, con unas anotaciones de los horarios de clases y profesores. Lo tenía en una “carpeta” muy a mano. Cuando lo quise consultar, “había desaparecido”. Yo soy muy cuidadoso -mejor dicho- tengo un desordenamiento ordenado a mi manera. En eso, salgo a mi padre que en su escritorio podía tener montones de carpetas, pero siempre encontraba el papel o carta que buscaba. Así soy y seré para desesperación de Conchita. Puedo acumular en el suelo libros, bolsas con fotos, carpetas con documentos, aun así sé lo que tengo y lo encuentro. He buscado (por no encontrarlo en su sitio) el folleto –quasi un librito- por todas partes y nada. O me lo han tirado a la basura o lo han colocado en otra parte. Que me pase esto después haberlo guardado por 66 años, me da mucha rabia o grima, como se dice ahora]

Después del curso de verano y antes de regresar a Bridgewater fui por unos días a Washington; me hospedé en el hotel Annapolis y paseé mucho por la ciudad que es muy majestuosa. Visité, en Constitution Avenue, el museo Smithsonian Institute de historia natural. En una gran sala estaba colgado el avión “Spirit of Sr. Louis” en el que Charles Lindbergh realizó la primera travesía del Atlántico. Anduve mucho por la ciudad.

[Mientras escribo estas páginas (29 octubre del 2007) me entero por el Journal-Noticias de la Deutsche Welle que se celebró el centenario de la apertura del Hotel Adlon, de Berlín, ubicado en Unter den Linden y que se alza cerca de la Puerta de Brandenburgo, ahora reconstruido en todo su esplendor. Y recordé que mi padre cuando iba a Berlín siempre se hospedaba en ese hotel. Es más, en Calpe –años sesenta-, construyó un edificio -au bord de mer- al que pensó llamarlo Hotel Adlon, pero que después lo convirtió en condominio. Por aquel entonces el Hotel Adlon se ubicaba en la zona oriental de Berlín. Pero, ¿hubiese podido llamarlo Adlon? ]

XIV

Volví a Bridgewater en septiembre, y comencé el segundo año “sophomore”. A mediados del mes me comenzó un dolor fuerte en el vientre. La nurse, Louise Millar, me dio una purga que tal vez me empeoró. El doctor del colegio, Dr. John D. Millar, me diagnosticó un ataque de apendicitis, y dispuso de inmediato el traslado al hospital de Harrisonburg (Rockingham Memorial Hospital). Al llegar y sintiendo unos dolores inaguantables, el doctor me pidió mis datos; nombre, domicilio y teléfono de México. Estaba en ello cuando de repente cesó el dolor, “ya no me duele” y oí que ordenaba que me trasladaran de inmediato a la sala de operaciones. Me pusieron la careta de oxígeno, que contara hasta diez, llegué a decir seis y después nada (total blanknness)

Desperté en una habitación con dos camas, pero estaba solo. Supe que me habían operado de apendicitis, me sentía muy débil pero lo consideré normal. Por una vena del brazo me introducía suero, que lo cambiaban en cuanto se vaciaba el frasco sostenido en lo alto por una percha. Sí me extrañó que en la primera curación reparé que del vientre salían cuatro tubos de goma y que me rociaran unos polvos blancos. No pregunté el por qué. Normal supuse. Las enfermeras me cambiaban de posición en la cama, pues yo no podía moverme. Me asignaron dos enfermeras muy guapas, en especial la de la noche (lo cual es muy lisonjero) y a cada rato me preguntaban como me sentía, allright, les contestaba. El doctor me hacía las curaciones por las mañanas y por las tardes y sacaba un poco los tubos de goma y los recortaba.

A los tres o cuatro días tuve un compañero en la cama de al lado, un muchacho recién operado del apéndice; tenía unos 25 años y era casado, me conversaba mucho, yo apenas contestándole, y mas adelante me propuso jugar en un tablero de damas, pero a la mitad me vino el cansancio. A los seis o siete días abandonó el hospital y yo continuaba encamado. Este joven con su mujer, vino a visitarme unos días después (no sé como lo consiguió, pues no estaban permitidas las visitas) y me trajo ¡una malteada de limón¡ Yo le había mencionado el drugstore donde las vendían ¡Qúe amables y simpáticos eran los americanos¡

Una cosa extraña me sucedió, la psoriasis de la piel desapareció repentinamente mientras estuve con suero, pero en cuanto comenzaron a alimentarme “volvió”.
Al cabo de algún tiempo (perdí la noción de los días o semanas), me trasladaron a otra habitación. Las primeras visitas; los Portela, Spitzer y Kline; del Madison College vinieron varias veces, Sally Martin , Betty Claugherty y otras que no conocía. Betty venía todas las tardes, bien acompañada, bien sola. Betty era, ya lo mencioné, muy simpática no era gorda, pero sí amplia y, supongo, que me tomó aprecio. Después ya no la volví a ver. Cosas del destino. El día que salí del hospital el doctor me aseveró que como yo no me imaginé lo crítico de mi condición, ello había conducido a mi restablecimiento, y añadió que por mi complicada operación cobraría 120 dólares, en vez de 80, su honorario normal. Pero me lo indicó con timidez como inquiriendo mi aceptación.

Después supe que había estado en peligro. Mi padre no había conseguido , así se llamaba, para viajar y telefoneaba o cablegrafiaba todos los días. Mi madre me escribía cotidianamente. En una carta de mi padre, 5 de octubre de 1941, a mis hermanos les expreseba: […Debo deciros que hemos tenido unos días de mucha preocupación, de verdadera pena. Vuestro hermano Ernesto debió ser operado de apendicitis supurada, con urgencia, y esperábamos mal resultado de ella. Pero felizmente parece que ya se encuentra fuera de peligro, a pesar de la peritonitis que tuvo. Se encuentra en el Rockinham Memorial Hospital de Harrisonburg. Escribírle, él solo ha debido sufrir esta operación!!!]


En la enfermería del colegio todavía estuve en cama otra semana. Me recomendó el doctor usar una faja en el vientre que la llevé durante meses.
Varias veces me personé en el hospital para pagar la operación, porque me informaban que no estaban listas las cuentas. Sería en noviembre cuando liquidé, una suma mínima que no llegaba a los cien dólares por la hospitalización y el recibo del doctor. ¡Qué diferencia a estos tiempos¡


XV

Me uní a las clases a mediados de octubre, ya recuperado pero algo débil. Mi padre me pidió que tomara alguna clase de comercio. En esa clase daban mecanografía. No tuve la paciencia, ni ánimo de posicionar mis diez dedos sobre el teclado de la máquina de escribir. Al fin y al cabo, no iba encaminado a convertirme en secretario. Mi padre me escribía en papel con membrete de Sociedad Musical Daniel, y a la izquierda, en la parte superior aparecían los nombres de Alfonso (vicepresidente) , Henry (secretario) y el mío como tesorero. Supongo que era una manera de mi padre para engatusarme.

[Hoy, lunes 19 noviembre de 2007, me comunican que Federico Santiago, un amigo muy querido por nosotros, había fallecido en el Hospital Español después de una larga y dolorosa enfermedad. Sesenta años que le conocía]

El domingo 7 diciembre de 1941, nos encontrábamos los alumnos en el salón, leyendo los periódicos –los americanos los comics- cuando oímos, sería después de la 1pm, por la radio las noticias del ataque a Pearl Harbor, en las islas Hawai, de los aviones japoneses, por sorpresa y sin previa declaración de guerra. Fue una agresión vil que nadie esperaba. Me complació que el sentir general de los americanos fue que la guerra iba a ser ganada.

Durante las vacaciones de fin de año partí, como de costumbre, a Nueva York. Me acompañó Mario Portela, mientras que su hermano Gerardo era invitado a la casa de un amigo. Nos hospedamos en el Great Northern Hotel y por unos días vino de Long Island Silva, a quien hacía tiempo no veía, aunque nos manteníamos comunicados por cartas. Me contó que era el último alumno que quedaba de la Shenandoah Valley Academy (que ya había dejado de existir), pero que el coronel Tillet lo había alojado por ese año. En la habitación había dos camas, él dijo que no le importaba dormir en el suelo. No se dieron cuenta en el hotel, así que no tuvo que pagar nada. Lo pasamos muy bien esos días. Por lo general comíamos en un restaurante automático que hallaba cerca del hotel, esquina de la 57 y Sexta. Los platos de comida, fruta o postres estaban a la vista de uno, a lo largo de una pared, en gavetas con una portezuela cerrada de cristal. Por una ranura se introducían las monedas y automáticamente se abría el compartimiento y se sacaba el plato escogido. Por lo general, la bandeja con el plato más caro (chicken, steak, t-bone) había que introducir 30 cents; el postre o las bebidas, 5 cents. Otras veces, íbamos a un restaurante chino de la Sexta, entre la 57 y 58; servían también comida americana, siempre comíamos una milanesa de ternera, con patatas fritas. Salía barata la comida.

Un día me invitó Michael Rainer para que conociera a la novia de Alfonso, Marie-Jeanne, bailarina solista de ballet clásico. Pocos meses después se casaron.
XVI

Los cines eran grandes y lujosos. Tres de ellos, que recuerdo, además de la película exhibían un show. El Radio City Music Hall era el más suntuoso y el de mayor capacidad de espectadores. Las bailarinas de las chicas del coro se llamaban “Rockettes” y eran famosas por la precisión militar de sus bailes. Una orquesta de proporciones sinfónicas acompañaba los bailables, a los cantantes o artistas famosos. Un organista amenizaba durante los intermedios. El show que presentaba el cine durante las navidades “Christmas Spectacular” gozaba de gran popularidad, y, desde luego, no faltaba el Santa Claus.

El Roxy, igualmente exhibía un show fastuoso, también detentaba una gran orquesta y no faltaba el órgano Wurtlitzer.

El cine Paramount, en Times Square, igualmente presentaba espectáculos con las bandas de música, ya fueran las de Tommy Dorsey, Benny Goodman o Artie Shaw. Una tarde, Portela, Silva y yo nos acercamos y entramos al cine. Nos tocaron asientos en el segundo piso (balcony). El cine estaba abarrotado de jovencitas, las llamadas “bobby sockers”, pues se presentaba el ya famoso Frank Sinatra. Presenciamos el griterío de esas chicas y los desmayos, simulados o no de algunas. Como maestro de ceremonias presidía Bob Hope, de gran simpatía, contando chistes, cracks y cantando, siempre que se despedía del público, su canción favorita “Give my regards to Broadway”.
El cine Astor era igualmente uno de los llamados “Palace Cinemas”

En la calle 42, entre Broadway y la Octava, se encontraban, en ambas aceras muchos teatros, algunos proyectaban películas de las llamadas clase B, y otros Vodevil y Burlesque. Claro está, que entramos a varios de éstos y vimos a las populares estrellas del burlesque haciendo el striptease, como: Gypsie Rose Lee, Georgia Sothern o Ann Corio, y a cómicos del vodevil. Creo que actuaban en algún teatro Abbot and Costello.

Una noche, en la calle 42, un policía nos pidió nuestra documentación. La mostramos junto con unas cartas del Dean del colegio que certificaban que éramos alumnos de segundo año del colegio. Como Estados Unidos ya estaba en guerra, el Dean consideró conveniente redactarlas.
En Times Square, en la acera este, se hallaba la gran tienda departamental de enorme extensión: Bond Store. Allí me compré trajes, pues por el mismo precio vendían la americana (chaqueta) con dos pantalones, muy ventajoso porque lo primero que se arruga es el pantalón. Se decía que vendían más de diez mil trajes diariamente.

He aludido antes que iba siempre que podía al cine en Harrisonburg (en Bridgewater no había cines), en Nueva York, Washington, o donde estuviere. Recuerdo muchas, pero entre ellas: Mr. Smith goes to Washington; The Wizard of Oz; Stage Coach; Intermezzo, con Ingrid Bergman, su primera película en Hollywood y Leslie Howard; las series del Dr. Kildare, con Lew Ayres y Lionel Barrymore; las de Sherlock Holmes, con Basil Rathbone, o las del detective chino, Charlie Chan, protagonizadas por Sydney Toler. También vi una de las aventuras del Capitán Drummond, que me “trasladaron” al Madrid de mi niñez que leí varias novelas del Capitán “Bulldog” Drummond. Una película que me llamó la atención fue Trade Winds, con Frederick March y Joan Bennett. Ésta, una actriz rubia, en este film protagoniza una mujer que huye de la justicia –pues cree que ha cometido un crimen- se pinta el pelo de negro, y experimenta un total transformación, de rubia insulsa a mujer fatal.

Regresamos, Mario Portela y yo, al colegio. Uno de los “muchachos” de la pareja de sissy, volvió con un album VM (78 r.p.m., de entonces) de la nueva grabación del concierto no.1, de Tchaikovsky, con la Sinfónica NBC, dirigida por Toscanini y como solista Vladimir Horowitz, y la mostraba con euforia a todos. Yo le enseñé -y regalé- unos programas que me había enviado mi padre de los artistas que había presentado últimamente en México: de Yehudi Menuhin, del Ballet Theatre, del Cuarteto Lener, de Grace Moore y de Brailowsky. Se quedó boquiabierto.
XVII


Continuaba sintiéndome debilitado, y para el segundo semestre, por consejo, tomé pocas clases. Commerce 56, Commerce 51, con el profesor Newton D. Cook, los lunes, miércoles y viernes a las 10am; Matematics 21, con el profesor Rudolph A. Gluck, y Spanish 21, los martes, jueves y sábados. No puedo imaginarme porque me enrolé en una clase de español. ¿Sería para ayudar al maestro, profesor Allen B. Bicknell?

Mi padre me aconsejó de viajar a México para restablecerme y me pareció lo más conveniente. El lunes 9 de marzo (1942) me trasladé a Nueva York (Great Northern Hotel). Esta vez, además de mi maleta, “acarreé” un baúl que contenía todos mis efectos; ropa, mantas, sábanas, libros…
En cuanto pude, me personé en el Consulado Mexicano (10 Pine Street). Allí me informaron que se tenía que depositar en la Secretaría de Gobernación de México, la cantidad de 250 pesos, pues esta vez no viajaba como turista sino como inmigrante. Cablegrafié esa misma noche: “Fui Consulado necesario deposites doscientos cincuenta pesos en Gobernación para mi entrada stop telegrafía Jefe Población Nuevo Laredo deposito hecho saldría por tren cuando envíes ticket stop también podrías mandarme el dinero y comprar yo el ticket a Laredo arreglarlo rápido dinero se me acaba contesta cariños Ernesto” (Este texto se envió sin acentos ni ñ por no usarse en EEUU).

Pasaron unos días antes de que recibiera el dinero, mientras tuve que administrarme con los dólares que me restaban. Aproveché para ir al puerto –New York Ship Passenger Terminal- pues en el muelle (Pier 88) se encontraba el buque francés Normandie, que el mes anterior se había declarado un incendio que controlaron, pero la cantidad de agua para apagarlo fue tal que ocasionó que el barco se volcara al lado del muelle. Todo un espectáculo contemplar el buque de pasajeros de lujo, insignia de la marina francesa, con más de ochenta mil toneladas, volcado y a flote solamente de un costado. Se veía la quilla y las hélices. El Normandie había sido requisado por los EEUU cuando Francia fue invadida en mayo anterior. Lo estaban acondicionando como transporte de tropas cuando ocurrió el siniestro.

Arreglé mi salida para el viernes 13; por la mañana fui a Penn Statioon -Railway Express Agency- para expedir el baúl a Laredo, y a las 8:35pm partí. Viajaba en el “car” 75 y me acosté, después de cenar, en la cama baja nº.5. Al día siguiente el tren arribó a St. Louis a las 4:45pm y una hora después abordé el tren rumbo a Laredo (“car” 14, cama alta 4). Llegué el domingo y me hospedé en el Hotel Hamilton a esperar los trámites de mi v isa. Recogí el baúl con el Passenger Agent, y el 19 crucé la frontera llevando conmigo las copias del depósito por $250 pesos y la autorización de entrada. En migración no tuve problemas, pero al pasar Sanidad, el doctor de turno se mantenía empeñado que la psoriasis era contagiosa. Sin empacho me pidió 20 dólares por cambiar de opinión. Experimenté por vez primera el significado de la palabra “mordida”.

Dormí en Nuevo Laredo y al otro día –a las 8 am- salí por autobús. En Monterrey paramos a la 1:45pm para comer y después directo a Ciudad Victoria a donde llegué a las 7:35pm. El autobús hacía un alto de varias horas y salía rumbo a la capital las 4:15am. Me alojé en un hotel nuevo y pude dormir unas horas.

No llegué a México en el autobús, pues como a una hora antes del arribo tuve la sorpresa de que en una parada me esperan mis padres y Caíto en un coche, un Buick, modelo 1941. En México se encontraba Henry. Alfonso había salido una semana antes, en gira por el Caribe y Suramérica, con el Original Ballet Ruso del coronel De Basil.

Así llegué a México sin aún cumplidos mis veinte años y sin intuir que mi vida tomaría otro rumbo, diferente al que me había proyectado.