miércoles, 28 de abril de 2010

Rubinstein, Tres Relatos




RUBINSTEIN, Tres relatos.
EDQYD 25 abril de 2010


Viajé con Arturo Rubinstein en cinco giras por países de Latinoamérica, unas más extensas que otras.

Habíamos llegado a Guatemala por la mañana y en el aeropuerto estaba el representante de Conciertos Daniel, Gastón Pellegrini que nos llevó al hotel. Después de comer, Don Arturo propuso ir al cine esa tarde. Fui con él, vimos una película inglesa de no recuerdo que título. El concierto de Rubinstein tendría lugar al día siguiente. Pellegrini nos invitó a que esa noche fuéramos a un concierto de la orquesta local con un violonchelista guatemalteco. Yo supuse que Rubinstein hubiera preferido descansar temprano. Pero cuando se enteró que el solista tocaría el concierto de Lalo, aceptó de inmediato. Me dijo que Lalo había introducido en el concerto un tema español que le gustaba mucho.
Por más que puse atención no logré descubrir ese pasaje con el motivo español.
Hace poco escuché el CD de ese concierto con Yo-Yo Ma, y sigo en blanco. ¡Tengo que localizarlo!


A Quito, situada a una altitud mayor que la de México, arribamos con un día de anticipación a su concierto. La presidenta de la Sociedad Filarmónica, Sra. X., nos llevó esa mañana a visitar las diferentes iglesias. Todas de una magnificencia esplendorosa y desbordante. Ya en el hotel recibí una llamada de un empresario de Guayaquil. Quería contratar a Rubinstein. Se había enterado que al día siguiente del concierto llegaríamos a Guayaquil por la mañana para conectar esa noche con otro vuelo a Panamá. Me propuso que el concierto comenzara a las 16 horas y que al término tendríamos suficiente tiempo para ir al aeropuerto. Me desconcertó. ¿Tendrá usted tiempo para programarlo? Le pregunté. Y además faltaba la aprobación de Rubinstein. Lo consulté. Primero le lancé el anzuelo; “Pagan dos mil dólares y el hotel”. Ante mi asombro, no dudó un segundo. Me dijo que eso le traería recuerdos de tiempos pasados cuando mi padre iba programando conciertos de ciudad en ciudad. Don Arturo era coqueto. En el camerino antes del concierto me pidió le pusiera en el pelo por atrás spray para que no se le abriera el cabello.
El teatro de Guayaquil era pequeño y se llenó totalmente con un público entusiasta. Fue su último concierto de esa gira. Rubinstein me manifestó que mientras tocaba seguido los conciertos se encontraba siempre con brío y enérgico, pero una vez que terminaba la gira, como aquí en Guayaquil, su estado anímico sufría un decaimiento.
En medio de una tormenta, el vuelo a Panamá fue agitado, parece –digo parece por que yo me dormí- que el avión se “sacudía” entre rayos y truenos. Don Arturo me dijo que sintió miedo. De Panamá Rubintein salió para Los Ángeles y yo a México.

1965. Había llegado a Nueva York para ir con Rubinstein a San Juan, P.R. Mi padre lo había contratado para el Festival Casals para una presentación con orquesta y un recital. Esta vez, Rubinstein viajó con su esposa Nela y su hija Eva. Nos recibió en el aeropuerto, y siempre estuvo con nosotros, Alfredo Matilla, muy amigo de mi padre que lo representaba en Puerto Rico. Matilla había sido Director de las Actividades Culturales de la Universidad de Puerto Rico. Esa noche asistimos a un concierto dirigido por Casals, Por la mañana durante el ensayo Matilla me presentó con él, que se interesó por la salud de mi padre. Casals dirigió la Tercera de Brahms y tuvo como solista a Menuhin a quien saludé en el intermedio.
Después del concierto fuimos a cenar a un restaurante. Antes, había comentado a Rubinstein que de la sinfonía 3, de Brahms solamente me había entusiasmado una grabación de Bruno Walter, pero no las interpretaciones en conciertos o de otras grabaciones. Me respondió en inglés: “Because it’s a tricky symphony for conductors”. .
En el restaurante me pusieron a la cabeza de la mesa. A mi derecha, se sentaron Nela y Matilla, y a mi izquierda, Don Arturo, Alexander Schneider y Eva. Estuvo muy animada la charla. A saludar a Rubinstein se acercó Leonard Bernstein, muy joven entonces, a quien llamaban Lenny. A Matilla y a mí no nos lo presentaron.
Rubinstein ofreció sus conciertos con el éxito, como de costumbre, extraordinario. Volvimos a Nueva York, ellos viajaban en primera clase y yo en turista, así que ya no les vi. Al día siguiente retorné a México.

domingo, 18 de abril de 2010

TRES ARTISTAS – TRES RECUERDOS

TRES ARTISTAS – TRES RECUERDOS

EDQYD 18 abril 2010


Kleiber, en sus charlas nos contaba que Hans Knappertsbusch conseguía

de la orquesta los climax más fortíssimos, sin mayores aspavientos exagerados, pues lo realizaba con un leve movimiento de su muñeca. Tengo varias grabaciones en LP de este director. El otro día puse el LP de la Quinta de Bruckner y pude volver a confirmar como Knappetsrbusch lograba en esta sinfonía crear gigantescas masas de sonido y pasajes líricos delicados, tal vez alargando un poco los tempi, pues era un director sin prisas. (Soy afín a Bruckner y Mahler)

¿Alguien de vosotros ha escuchado la Sinfonietta de Janacek? Yo sí.


Erich Kleiber



Erich Kleiber Encontré el LP de esta obra, dirigida en 1969 por un joven Claudio Abbado, enseguida recordé que estuve presente en el Teatro Rex de Buenos Aires, en 1951, cuando Jascha Horenstein la dirigió. Me impresionó entonces –y ahora- porque nunca antes había oído en una obra sinfónica una fanfarria orquestal de tal magnitud, como ocurre en el primer movimiento y al término de la obra que dura unos 23 minutos. Janacek pide no menos de 13 trompetas, 3 tubas, timbales y percusiones, además de las cuerdas, maderas y metales usuales.



Claudio Abado


La fanfarria del primer movimiento, con registros sonoros intensos, evoca a una banda militar. Es impresionante. Los siguientes movimientos transcurren, se

puede decir, calmados, para que en el último vuelva a traernos Janacek con otra repetitiva fanfarria para concluir con un brillante climax de irresistible final.

Horenstein vino a México varias veces. Le debo haberme introducido (tardíamente en 1955) a Mahler con la Primera Sinfonía, y haberle escuchado -1944- la versión más relevante –y reveladora- que he escuchado de la Quinta de Tchaikovsky.


David Oistrakh se

presentó en México en 1962. Era un hombre de trato jovial, carente de egocentrismo, pasado un poco de peso, más bien bajo que parecía más que un artista un dependiente o, exagerando, un tendero. ¡Pero, qué violinista! Junto con Heifetz eran los dos colosos del siglo XX.

Me regaló un disco, que como era de la marca rusa Melodya lo supuse de baja calidad. ¡Cuán erróneo estaba! Lo escuché ahora y comprobé la magnífica calidad de sonido. La interpretación –hay que oírla- EXCELSA, pero con egoísmo no comunico mi sentir ni mi impresión..